El orden mundial, un circo de variedades

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Jorge Luis Oviedo

En lo que va de este 2020, la pandemia ha desenmascarado los sistemas de salud del mundo capitalista. Ha puesto de manifiesto que los oligarcas solo están interesados en una cosa: mantenerse como parte esencial del orden establecido.

El mundo es un circo de variedades; un orden que se impuso entre los siglos XV y XIX. Se lo llama capitalismo o sociedad de mercado y es una maquinaria de ilusiones, una fábrica de artilugios de todo tipo, cuyo propósito es despojar a la mayoría de las personas de su tiempo; y a los países de sus recursos. 

¿Y a través de qué se hace? 

Del dinero y la ignorancia de la mayoría de las personas sobre la forma en que se crea o emite las monedas de los países. 

Los oligarcas y sus voceros le denominan confianza. Confianza que deben tener los esclavos o sirvientes (clase asalariada y trabajadora en general) en sus amos oligarcas. Ellos, por cualquier cosa, no se fían, porque no confían en aquellos a quienes despojan de la mayor parte de sus ingresos. Para ello los obligan a firmar papeles: pagarés, letras de cambio…   para asegurarse «legalmente» que podrán cobrar con el apoyo de abogados, jueces y policías. 

¿Y el dinero de dónde lo obtienen para prestarlo, si no son alquimistas? 

De una licencia que, curiosamente, ninguna Constitución en el mundo autoriza. Tampoco ningún pueblo, a través del voto, lo  ha autorizado. 

Con esta enorme ventaja está claro que los oligarcas y, en especial, el sector financiero (los verdaderos vampiros que le chupan la vida a la mayoría)  no tienen interés en que se resuelvan  los problemas de las comunidades, de la Sociedad en general. Me refiero a que la mayoría tenga acceso suficiente y de calidad a los servicios de salud, y a una educación libre de dogmas y prejuicios; acceso con equidad a servicios todos los públicos: agua potable, electricidad, locomoción, la internet; y  un empleo digno y recompensado adecuadamente. 

Pero no ocurre así. El mundo es cada año más desigual, incluso, en los países hegemónicos. 

¿Por qué? 

Porque a los amos oligarcas solo les importa mantener la maquinaria de vender ilusiones y las personas como su servidumbre. 

Su entretenimiento es disfrutar de la competencia (no deportiva) por la supervivencia en la gran mayoría de personas deja su tiempo, su fuerza laboral, su vida entera: unas veces laborando jornadas extenuantes para devengar un poco más (trabajando duro para hacerse multimillonarios en mil años), otros subempleados; algunas dedicadas a  prostituirse, otros a enrolarse en el crimen organizado como el eslabón más débil y algunos más obligados a migrar. Claro, así es mejor sacarle más utilidad, ganancia, beneficio riqueza al premura y necesidad de muchísimas almas desesperadas. 

Si, para ellos, la élite, lo único importante es  seguir acumulando poder y riquezas a través de aperturas inteligentes, a través de la vuelta a la normalidad, a la explotación de las prójimas y los prójimo. Tradicionalmente llaman al «sálvese quién pueda»: competitividad. 

Así es el orden, la imposición de prácticas productivas y comerciales del gran Circo de Variedades. 

Hubo, hasta la década del ochenta del siglo XX, en el caso del mundo Occidental, algunas ligeras diferencias en este Orden Imperante. 

En USA y Europa esto se lo conoció como la época de bienestar. Lo fue para los sectores obrero y campesino en comparación con las décadas precedentes. Esto permitió el surgimiento de mucho profesional y, con ello, la denominada clase media. En algunos países periféricos permitió mayor cobertura educativa y servicios de salud, entre otros. 

Pero en USA, con Ronald Reagan y en Inglaterra con Margaret Thatcher se dieron los primeros pasos neoliberales que, decididamente, se incrementaron, especialmente en Latinoamérica desde que inició la última década del siglo XX.

Es bueno recordar que en 1989 comenzó  la desintegración del bloque Socialista y luego la URSS (1990-91); así USA se convirtió en amo del mundo. Con él floreció el destino manifiesto del protestantismo neoliberal. 

Comenzó, entonces, el desmantelamiento de la época del bienestar, y se impusieron las privatizaciones; y, como dice una expresión popular, nos agarró sin confesión.

Los Países hoy, son Soberanos solamente por que lo declaran en su Constitución; pero ni sus gobernantes y, menos, su población profesional más ilustrada; y ya no se diga de sus campesinos, sus obreros y sus miles de personas que sobreviven haciendo cualquier cosa, tienen posibilidad de ejercer la Soberanía.

Y dado que los países están organizados como sucursales del la plutocracia universal y controlados por los oligarcas locales, todas las decisiones fundamentales se toman en los centros de poder.

Una parte del gran circo de variedades (doloroso y trágico para los protagonistas, en condición de extras de la ficción cinematográfica o de multitud sin rostro en el reality show del día a día) es hacer la vida más difícil a la mayoría; porque de ese modo el control de todo es más fácil.

Se atomiza o se divide a los asalariados y pequeños productores en la disputa por el precio; se divide a las personas por su origen o color de piel, costumbres,  dogmas religiosos, prefencias deportivos, imposición de modas y otros estímulos afectivos. 

Se les impone como paradigma del éxito a los «héroes» del comercio. A aquellos que se hicieron millonarios a costa del trabajo de muchos: explotados por unos oligarcas y despojados de sus pocas monedas por otros oligarcas. 

Y, más importante aún, se los endeuda de modo que la deuda sea su principal preocupación existencial; pero se los ilusiona, eso sí, con la posibilidad de llegar a ser, algún día, uno de los escasos «heroínos» multimillonarios del país o del mundo, mientras se los  entretiene e «ínfima» con todo tipo de espectáculo audiovisual en los pocos ratos de descanso. 

Se procura, fundamental que no piensen por cuenta propia, sino que reproduzcan las ideas que, como los dulces, fueron inventadas para ellos por los analistas (siempre listos) del Sistema. 

 Es el orden que agrada a la dictadura invisible de las Sociedades Anónimas en que se agazapan los integrantes de la plutocracia mundial. 

Esta es la razón por la que ese poderoso Imperio Circense no permite que las mayorías se organicen y decidan por su cuenta para forja una orden mundial con equidad para todos. 

Así, pues, las grandes  mayorías son víctimas, porque que ignoran el origen de sus desgracias. Su  expresión más común es la queja y, por otra parte, el deseo de que aparezca un líder o un mesías que les diga hacia dónde ir, mientras tanto, siguen atrapados en un océano de prejuicios; y a merced de esos estímulos prefabricados. 

El circo es amplio y no sólo incluye espectáculo vulgar o sublime a través de los medios de comunicación o de las redes sociales; también se hace circo con las campañas electorales; con  la guerras para entretenimiento de los fabricantes de armas (reality show lo llaman), con la migración forzada y masiva, con las protestas de calle, entre tantas cosas más.

¿Se organizarán algún día las comunidades como en otros tiempos? ¿Seguirá la mayoría como personaje de reparto haciendo papel de rebaño en este orden circense impuesto por la plutocracia capitalista? 

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