En la ganancia de unos pocos está la desgracia de las mayorías

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La ganancia es el proceso necesario  que da sentido al ahorro, esa acumulación continua que, tiene como fin último, participar del poder, porque de lo contrario se pone en riesgo ese círculo “mágico” de acumulación continua.

         Primero Adam Smith y luego Marx, explican de dónde procede el valor de un producto: el tiempo invertido en su fabricación, recolección, producción. Por tanto no existe ni la ganancia ni la gratuidad, sino el desigual  reparto o la desigual distribución de lo que se produce con el esfuerzo de la mayoría y con la eficiencia de las máquinas inventadas por otras personas, que raramente son los acaudalados capitalistas.

         El artesano, el campesino o la persona que decide ofrecer sus servicios “en lo qué sea”, es decir, labores manuales ordinarias: barrer, jardinería, recoger basura, nada saben de esto y, de paso, el hambre y la desesperación, los abruman de modo que aceptan cualquier cantidad por intercambiar un producto agropecuario o por hacer un trabajo de lo que sea.

         Así que llamar ganancia a una pequeña retribución que ni siquiera cubre las necesidades básicas de una persona y, menos aún, las de una familia se torna una expresión cotidiana, pero también una costumbre o tradición que culmina por domesticar a campesinos, obreros y profesionales y pequeños emprendedores que sueñan con ser, algún día, los nuevos magnates de las comidas rápidas o de las ventas al por menor.

         Recordemos que el capitalismo es, por su necesidad de optimizar la acumulación de riqueza, un sistema que provoca explotación y marginalidad laboral.

         Estos dos aspectos, como se sabe, son claves para entender la precariedad de los salarios y el desempleo. Ambos fenómenos se han visto incrementados excesivamente, incluso en los países con mayor desarrollo industrial y humano.

         En la periferia se ha visto incrementada exageradamente la migración; y en los países hegemónicos el rechazo a los migrantes.

         Ninguno de estos fenómenos es casual; son todos causas del mismo efecto expansivo del capital financiero y demás prácticas depredadoras o extractivistas.

         Ese círculo vicioso de endeudamiento, empobrecimiento, exclusión y desgracia continua para la gran mayoría de pequeños y medianos emprendedores, y de la mayoría de asalariados en todos los tipos de empleo.

         Se exceptúan los que rodean protegen y apoyan de distinta forma a los grandes acumuladores  y paradigmas del éxito capitalista.

         La acumulación continua de capital y, por ende, de bienes, medios de producción, poder económico, político, militar, farmacológico, comunicacional, entre otros, constituyen el mecanismo esencial para acceder al poder que surgió con las repúblicas modernas.

         El cambio esencial o, mejor dicho, la metamorfosis del sistema monárquico de servidumbre, al de capitalismo de sálvese quién pueda, está precisamente en hacer invisible el poder oligárquico y en hacer posible que, muy de vez en cuando, personas que no nacieron entre la nobleza o entre los primeros acaudalados y poderosos de un país, se vuelvan millonarios y, por ello, paradigmas del éxito capitalista.

         Lo que no promocionan ni aclaran es que uno por un millón, en un país pequeño, logran esta gracia cada dos o tres décadas; en los países con economías más estables y con gran población, estas posibilidades pueden andar en uno por cada diez o veinte millones de personas.

         El capitalismo funciona como una lotería. La posibilidad mayor es que nunca participemos de la ganancia y, lógicamente, de la acumulación continua de riqueza que abre el camino al poder.

         Esto quiere decir que no son las oportunidades de la sociedad lo que ofrece la posibilidad de volverse magnate, sino la ley de probabilidades; porque en cualquier proceso  productivo nacional, regional o mundial, la ganancia (mejor dicho lo que se le despoja a muchos por explotación directa, bajos salarios, por precios caros, etc.) quedará en pocas manos. De lo contrario no hay ganancia, sino reparto, intercambio en igualdad o equidad,  tal como ocurría mayoritariamente (con la excepción de Europa) en el siglo XV. Y como sucede todavía en una familia numerosa o en algunas comunidades nativas que no se han incorporado al “progreso” capitalista impuesto por los europeos de América del Norte.

         Ser rico, es decir, un magnate; un oligarca local, por ejemplo, permite participar del poder de un país tercermundista. Permite conformar una familia agro-exportadora, tener cadenas de tiendas y supermercados con unos pocos productos locales y muchísimos importados; permite ser accionista principal o importante en varios bancos, financieras, compañías de seguros, redes de droguerías, hospitales; permite ser dueño de cadenas de radio, televisión, accionista de empresas de telefonía, propietario de entidades deportivas. También permite ser filántropo, financiar partidos políticos, recomendar empleados de confianza para que sean Secretarios de Estado, Asesores presidenciales, presidentes de la República, presidentes de organizaciones empresariales.

         Ser oligarca internacional permite todo lo anterior a escala planetaria.

         Eso es participar realmente de la ganancia o del despojo legalmente establecido. En esas circunstancia cobra sentido que el 1% más rico (más acumulador del mundo) se quede con el 87% de la ganancia del producto interno bruto mundial de un año.

         A comienzos de los años ochenta  del pasado siglo la riqueza de las grandes fortunas era equivalente a la capacidad de inversión de todos los Estados. Hoy, dice la DW, es 4 a 1 a favor de los multimillonario. Oxfam.org dice:El 1% más rico de la población posee más del doble de riqueza que 6 900 millones de personas. Y también mencionan que el impuesto a la riqueza sólo representa el 4% de la recaudación fiscal a nivel mundial. 

         También es muy importante recalcar que se usan mal los términos ahorro y ganancia; palabras que resultan una misma cosa en la práctica: ACUMULACIÓN de RIQUEZA y, por extensión, participación en el poder real.

         El gran equívoco está en que muchas personas consideran que cualquier ingreso monetario es una ganancia. Por ello llaman ganancia, incluso, al salario o sueldo que devengan o a la paga que se les otorga por un trabajo o la venta de algún producto agropecuario que lograron obtener con esfuerzo.

         El capitalismo al privilegiar la codicia (ganancia) y la usura (ahorro) provoca que sean todas las conductas egoístas las que se impongan como tradiciones de los adultos

La persona que se dedica a acumular riqueza y piensa que no necesita de los demás, rápido comprende que los políticos, en el capitalismo, son sus aliados; a cambio deberá, con ellos, ser benévolo.

         De esta suerte el capitalismo provoca que los  grandes acaudalados y los políticos más exitosos (con muy raras excepciones) sean aliados permanentes.

         Así fue como surgió, lo que ya planteamos en el escrito sobre el ahorro y que justificó, desde esa época la ética protestante-capitalista: el trabajo produce riqueza

¿Los que inventaron esta peste del lucro compulsivo, ahora que están creando guerras de todo tipo: comerciales, tecnológicas, xenófobas… caerán en la cuenta que el orden social más lógico de los homo sapiens es el original, vivir en forma comunitaria?

         Es muy posible que hace mucho se hayan enterado. Y sus respuestas las vemos a través de la reiterada opinión de Organizaciones, Economista renombrados y los propios multimillonarios que recomiendan que debe incrementarse el impuesto a la Riqueza. ¿Será ese el camino?

         Para ellos, sí.

         ¿Debe serlo para la mayoría? A mi parecer no. Incluso hemos lanzado una propuesta a través de varios escritos bajo el título de la CONTRIBUCIÓN REFLEJA y seguimos trabajando en un escrito más amplio para publicarlo en forma de libro.

@jloviedo57

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