Cambios obligados

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Edmundo Orellana

 La pandemia nos obliga a encontrarnos con nosotros mismos y con los demás, especialmente con los más queridos, y también a mostrarnos como realmente somos.

Nos permite revisar nuestro inventario personal de logros y de expectativas y el balance entre lo que no fue y que jamás será con lo que es nuestro y lo factible. Y también nos ofrece la posibilidad de apreciar nuestros proyectos desde una perspectiva serena, analizándolos a fondo y valorando su pertinencia. Ser consciente de nuestras capacidades y de nuestras limitaciones nos permite conocernos.

Reencontrarse con viejos papeles que nos hacen revivir pasajes de nuestro pasado y fotografías, algunas desconocidas, de la evolución de nuestros hijos (nacimiento, juegos, viajes, graduaciones, bodas) y de cómo el tiempo ha hecho lo suyo en nuestra apariencia física.

Apreciar desde otra perspectiva las relaciones de familia. No es lo mismo la cotidianidad previa al virus que la impuesta por este. Permanecer en casa obligatoriamente, nos permite conocer a fondo el complejo universo del hogar. Es un desafío para las parejas porque esa permanente cercanía puede fortalecer la relación o dañarla para siempre, especialmente para las parejas modernas con demandantes responsabilidades profesionales que la pandemia interrumpió bruscamente y cuyo regreso al trabajo todavía es incierto. Sería una extraordinaria oportunidad para conocerse, porque nadie es el mismo siempre: descubrirá, si aún no lo ha hecho, que su pareja ha cambiado mucho desde que se casó y sabrá valorarla mejor.

El mismo caso es el de los hijos. Si son aún niños serán favorecidos por la simple permanencia de sus padres en casa. No hay mejor escuela que el hogar ni mejor maestro que los padres. Si son adolescentes, es una buena oportunidad para conocerse y, especialmente, para que se comprendan.

Nos encontrarnos personalmente con los amigos, es un caso especial. Acostumbrados a la buena plática, nos vemos en la necesidad de utilizar los medios modernos que nos ofrece la tecnología para comunicarnos, como si estuviéramos en el café o en el restaurante, sin salir de casa. Las videoconferencias a través de aplicaciones gratuitas es el medio idóneo para comunicarse.

El trabajo mismo se evacúa por estos medios electrónicos que nos permiten usar la web. Las videoconferencias, el correo electrónico y las aplicaciones de transferencia de textos cumplen eficazmente la función de comunicarnos con quienes debemos cumplir profesionalmente.

La impartición de clases, en todos los niveles educativos, se lleva a cabo por estos medios. Viendo a una de mis nietas, de apenas tres años, recibir sus clases por medio de una computadora, muy seriecita, por cierto, es una estampa del futuro. Mejor dicho, el futuro se hizo presente.

Trabajar y estudiar en casa será, de ahora en adelante, una opción probada para quien desee desarrollarla. Aunque no dudo que las futuras generaciones trabajarán más desde la casa porque la mayoría de los trabajos no exigirá presencia personal.

La falta de socialización que la pandemia nos impone y que se augura para el futuro nos pasará factura, sin duda. Somos seres sociales y, por consiguiente, necesitamos del otro para realizarnos. Si esa necesidad la satisfacemos por medios que sustituyan la presencia física en la relación, algo del ser humano se atrofiará.

Otro aspecto que debemos considerar es el comportamiento en barrios, colonias, ciudades y pueblos del interior. Se unen para evitar que extraños lleguen para evitar la infección. Se solidarizan entre ellos rechazando al extraño. Los que antes no se conocían ni se trataban, ahora están unidos para expulsar al extraño. Este comportamiento dejará sus huellas en las comunidades y, desde luego, no es un buen augurio.

El caso es que nos acostumbremos a lo que está ocurriendo y que permitamos lo que es evidente. El avance de la autoridad en nuestros espacios, limitándonos drásticamente, con la excusa de que nos está protegiendo de un enemigo invisible pero letal. Ese falso sentimiento de seguridad nos puede llevar a perder irremediablemente nuestros espacios personales, profesionales, culturales, políticos y sociales; nuestra libertad, en suma.

Debemos reparar en la que pasando y no dejarnos influenciar por la publicidad gubernamental y su apéndice, la prensa amarillista. Resistirnos al avance de la autoridad en perjuicio de nuestra libertad debe ser la palabra de orden, diciendo: ¡BASTA YA!

Y usted, distinguido lector, ¿ya se decidió por el ¡BASTA YA!?

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