Jorge Luis Oviedo
La metamorfosis del despojo ha adoptado muchas formas a través de los siglos; pero el objetivo de quienes conquistan, colonizan o imponen su hegemonía, sigue siendo el mismo.
Ya no se trata del simple pillaje, sino de las mil y una formas –aprobadas por las noches– con las que mantener a miles de millones de personas en servidumbre para despojarlas de su fuerza de trabajo, sus ingresos monetarios y del conocimiento que, colectivamente, generan.
Como resultado de estas prácticas, el beneficio principal del reparto, entre ellos, los descubrimientos científicos, los inventos, las tecnologías más avanzadas, etc. lo acapara y controla el 1%.
Ese 1% –es conveniente señalarlo– está conformado, primero, por la diezmillonésima parte de los más de 7800 millones que habitamos el planeta. Unas 780 personas. Son las que deciden por todos.
Los otros 78 millones y fracción, se encargan del funcionamiento y la propaganda del SISTEMA: ese conjunto de mecanismos que vuelven eficiente el pillaje a base de propaganda.
Dentro de ese 1%, que gusta formar parte del sutil despojo, están los que inventan los seguros de vida, de daños a terceros, contra accidentes en el trabajo, contra terremotos, contra incendios, sequías, inundaciones; seguros de salud, de educación, de viaje, de cobertura… Porque lo más seguro con esos seguros para ellos, que tienen el control del sistema financiero, es hacer obligatorio el ahorro para que se puedan multiplicar las deudas del 99% a través de la banca de reserva fraccionaria y otros mecanismos asociados o derivados.
No olvidemos que en el principio de la existencia humana, lo seguro, para cada uno de los integrantes de la tribu, era ser parte de la tribu en todo momento. Así es todavía con 100 millones de personas que viven en las selvas tropicales como pueblos no contactados.
Según las tradiciones religiosas se nace endeudado, ya por el pecado original, ya porque la vida se la debamos a nuestros padres, a la naturaleza o a los dioses. Todo eso agrega a la existencialidad de los creyentes un angustiante sentimiento de culpa; del que solo es posible liberarse a través de la duda.
De las deudas, sin embargo, en el capitalismo, es imposible para la gran mayoría, escapar; porque las emboscadas, el acoso y la propaganda conducen, irremediablemente, a ellas.
La deuda es, pues, la silenciosa arma de control con que se somete al 99% de la población; porque de lo contrario (según el terror que se provoca con la persistente propaganda de la inseguridad) no se tendrá acceso al estudio, al empleo; y luego a vivienda; y a seguros de salud, de vida y a un poco de entretenimiento a través de la tv y demás medios, controlados por la cienmilésima parte de la población.
A través de esos medios, la propaganda del sistema, ilusiona a la servidumbre candorosa con la posibilidad del lucro (la ganancia) por medio de fantásticas historias de éxito: “los que trabajando duro se volvieron millonarios”, las que tuvieron su encuentro con la diosa fortuna y un millonario marido maltratado;o los que, “con su talento para los negocios”, forjaron un emporio corporativo…
Esclavitud, servidumbre, tributos, crédito sí o sí, para que siempre estemos endeudados y para que millones de personas, en todas partes, tengan que rogar por un empleo; y rendir culto a sus verdugos financieros; sin entender ¿cómo es que son esclavos del uso y del abuso de una élite que se vanogloria por su capacidad para ilusionar y atemorizar al mismo tiempo? Eso es, en síntesis, la vida de, al menos, el 90% de la población del planeta, en el capitalismo.
La élite oligarca denomina a esta capacidad de propaganda sutil de los mitos del sistema, Sociedad del Conocimiento.
Ciertamente, el capitalismo es el sistema de la propagación de mitologías para el control –ilusión y terror– de las multitudes.
Por ejemplo, la ilusión de que, adquiriendo acciones en las empresas, las utilidades del capital se reparten con equidad, son una de esas emboscadas.
Es tal el nivel de prestidigitación y especulación que las empresas que más valor poseen (en bolsa) son marcas que se arraigan en la mente de la población a base de propaganda. Los productos que lucen los iconos de esas marcas se fabrican a través de empresas subcontratadas.
De ese modo hay dos realidades, una imaginaria: las empresas-marca; la otra, es la cruda forma del pillaje. Primero, los ilusos accionistas inexpertos; en segundo lugar, los empleados que trabajan agotadoras jornadas por salarios de supervivencia y, por último, los consumidores, que deben pagar por lucir las marcas para financiar la propaganda del “éxito empresarial”.
Para las mayorías queda un camino: pasar del derribo de los símbolos que exaltaron, en el pasado reciente, el éxito de los comerciantes de esclavos, al derribo de las catedrales del pillaje y el lucro: LAS SOCIEDADES ANÓNIMAS con todos sus mecanismos de ilusión.