¿Fin de la Narco-dictadura o principio de otra frustración?

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Jorge Luis Oviedo

Lo normal en política es que, en todo momento y en todas partes, encontremos oficialismo y oposición.

Los partidos políticos, pese a tener antecedentes en la antigüedad, son más propios de los estados modernos y como instituciones han servido para facilitar, a la clase que detenta los medios de producción, su permanencia continua  en el poder.

Lo reitero, de otra forma, la razón de la existencia de las instituciones políticas en una sociedad organizada como República o en las monarquías modernas, no es otra que permitir que concurran en ellos los intereses comunes de amplios sectores; pero, sobre todo que las minorías privilegiadas y más capacitadas para imponer criterios y ejercer control del poder y la riqueza,  se legitimen a través de los procesos electorales y  de las leyes que emiten y aplican desde el control institucional que se alcanza.

La política, en todo caso, al ser la principal actividad colectiva humana, no precisa de la existencia de los partidos políticos. Lo cual no significa que no existen, en toda sociedad, conflictos de interés que se canalizan a través de facciones, grupos o sectores que se confrontan y logran arreglos, unos más duraderos que otros.

A final de cuentas, el equilibrio de una sociedad, su gobernabilidad como dicen algunos, depende del nivel de satisfacción de la mayoría; puesto que, en la medida que la inconformidad de los explotados y excluidos se incrementa  aparece el desafío al orden social imperante y, de no haber correctivos a tiempo,  las revueltas y las revoluciones afloran y duran tanto como sea necesario para encausar de nuevo una sociedad.

Así, la mayor parte de las discrepancias políticas en cualquier sociedad ocurren por la falta de acuerdo en cómo alcanzar una finalidad; porque los que temen perder privilegios, siempre que hay un cambio, se aferran a la tradición. Ello conduce entonces al fracaso de la política y al “éxito” de la guerra, pues es por esta segunda vía que se terminan resolviendo las cosas, ya porque uno de los bandos se imponga y elimine físicamente la principal oposición; o, porque, después de una prolongada confrontación, ambas partes entienden que no pueden obtenerlo todo y acuerdan retener parte de sus privilegios unos y conquistar, reivindicar o recuperar algo de lo que se pretendía, los otros (Plan de Iguala, 1821, por ejemplo). 

Por otra parte, las ideologías que dan sustento a las decisiones políticas, si bien inspiran a muchos, fundamentalmente sirven  para justificar las acciones resultantes; pues toda decisión política, más que sustentarse en principios ideológicos, atiende las necesidades que las circunstancias imponen y al carácter de aquél en quien recae la mayor responsabilidad.

De ahí que la mejor acción política gubernamental  no es aquella que mejor sustento ideológico da a un sistema, sino  el mayor tiempo que una sociedad puede vivir con la menor cantidad de conflictos sociales y económicos y con el mayor nivel de satisfacción y bienestar de sus ciudadanos.

Por supuesto, una sociedad así, es el resultado de acuerdos que se tornan duraderos a través de su aplicación y obtención de metas que generan el mayor equilibrio social posible.

En ese marco, si los partidos políticos contribuyen a este propósito serán instituciones respetadas y creíbles, por el contrario, si no lo hacen, sobrarán en una sociedad y pasarán a ser sustituidos por otras organizaciones que den respuesta a las necesidades de los individuos y de los sectores de la colectividad.

En lo que a Honduras respecta; y en los días semanas, meses, años, más de una década ya del  golpe de estado de 2009, debido a la reacción de la mayoría de la población hondureña rechazando indignada la usurpación del poder por la fuerza –como nueva normalidad–, señalamos que la bipolaridad en Honduras ya no era entre liberales y nacionalistas, sino entre golpistas y golpeados, es decir, entre los que desean mantener el actual estado de cosas y aquellos que, por fin y aglutinados mayoritariamente en el Frente Nacional de Resistencia Popular, primero y, luego, en el Partido LIBRE, aspiran a la construcción de una Honduras más solidaria e incluyente.

Aunque falta mucho camino por recorrer, parece que el Partido fundado por Policarpo Bonilla en 1891 (para darle más coherencia institucional al liberalismo que, para entonces había echado raíces en la América Central) ya nunca más volverá a ser el abanico o el paraguas donde se cobijen todas las tendencias ideológicas del país. Algo que, sobre todo, fue evidente en la década de los ochenta del siglo pasado. 

El Partido Liberal de Honduras, desde sus orígenes, que se remontan al ideario de los grandes cambios institucionales que se intentaron durante la  existencia de la “Federación Centroamericana” bajo la conducción de Francisco Morazán, había cobijado a los políticos más tolerantes, exceptuando aquellos períodos que permitieron, primero, pocos años después de su fundación (1891), su división y el surgimiento del partido Nacional, fundado por el disidente liberal, Manuel Bonilla, aprovechando su mayor arraigo popular (en aquel momento) para enfrentar a sus antiguos copartidarios que le habían vedado el camino a la presidencia, apenas 11 años después(1902).

En realidad en Honduras no hemos tenido hasta 2009, desde la Reforma Liberal de 1876, más que una sola tendencia dominante en el ámbito ideológico: el liberalismo que, por lo demás, se conformó con gran parte de la tradición que heredamos de la época colonial, de ahí que muchas prácticas gubernamentales, sociales, familiares se hayan mantenido hasta tiempos recientes.

Al final, en el partido Nacional confluyeron los liderazgos más autoritarios y en el partido Liberal, los más tolerantes. El tradicionalismo de los dos partidos está referido a estos comportamientos, que muchos estudiosos han pasado por alto, y no a lo que se proclama en sus estatutos.

La tolerancia convertida en práctica cultural de los liberales fue la que permitió a este partido, después de lo que ocurrió  con su división y haber sido relegado tanto tiempo a la oposición durante la primera mitad del siglo XX, a convertirse en el paraguas de las distintas tendencias políticas e ideológicas.

Tampoco es casualidad que muchos conocidos excomunistas que alguna vez formaron parte del entonces clandestino Partido Comunista de Honduras, sin haber abrevado en las aguas de la tolerancia (sí en las del dogmatismo, no por marxistas, sino por pereza intelectual) aparecieran, formando parte y en cargos relevantes, en el Partido Nacional, pese a ser, este último instituto político, conservador, de derecha y apañado de la corrupción. 

Esta aparente incongruencia es una muestra más que, en el comportamiento de los políticos, pese más el carácter del individuo que la ideología.

El gran reto para un nuevo intento de aglutinar, por una parte, la oposición anti sistema y antiimperialista que, no sin esfuerzo, representa Libre y, esa otra oposición al régimen actual, es definir unas metas comunes que permitan la sustitución del régimen usurpador en primera instancia y, la otra, más importante todavía (una vez logrado lo anterior) es no volver a las prácticas productivas de las últimas 4 décadas. 

 Es responsabilidad de los líderes, en todas las épocas y lugares, ser buenos psicólogos porque ello les permite dar trato diferenciado a sus colaboradores más cercanos, lo mismo que entender la idiosincrasia de las mayorías para responder de mejor manera a sus demandas.

En ese sentido, si se pretende unir una Oposición con diversidad ideológica, ahí donde la variedad es más amplia que los colores del arco iris, la posibilidad real de encontrar una ruta apropiada para  los objetivos que demanda la realidad actual, será una frustración más para los millones de hondureños que en su infancia y juventud se quedan sin opción de completar el ciclo escolar; también para los miles de compatriotas que abandonan el país para ganarse unos dólares más (a costa de muchos dolores físicos y existenciales para ellos y sus familias); también lo sería para los que han apostado quedarse y sufrir la exclusión y la marginalidad a la que los somete el actual sistema construido por los que controlan el poder real y que detentan las instituciones del Estado y los medios de producción. 

La unidad de los que se opusieron al golpe de Estado y se oponen hoy a la narcodictadura, está determinada por ese rechazo común a la situación actual. 

Pero distanciada por los deseos o aspiraciones de cambio reales. 

Para un grupo, con muchos caciques y reducida militancia, basta la sustitución del Régimen actual y el combate a la corrupción. La otra parte: Libre, desea ir mucho más allá, para garantizar cambios que conlleven una mejoría real de la población en todos sus sectores. 

 Por ahora, hay cosas que parece muy evidentes: es necesario decapitar el neoliberalismo, fortalecer las instituciones públicas, evitar la concentración de poder en manos de una o pocas personas y gobernar con respaldo de la Soberanía Popular a través de la consulta frecuente a la ciudadanía. 

    Construir una Honduras con más oportunidades para todos y menos latrocinio de las élites que actualmente  controlan la producción de energía eléctrica, las exportaciones, las telecomunicaciones, los medios de comunicación masiva, el sector financiero, entre otras cosas, es el gran reto.

Lo anterior no es fácil, Morazán y los criollos liberales en aquella época fracasaron, porque el peso de la tradición fue más poderoso y mejor controlado estratégicamente por el otro sector de los criollos: los conservadores, los que apoyaron la independencia como mecanismo para continuar disfrutando los privilegios que les deba el poder y tener el beneficio de no tributar más a la Corona Española.

La tradición en Honduras está afincada en nuestra idiosincrasia y se manifiesta en el separatismo y la desconfianza, en el oportunismo, en la fácil traición y la venta al mejor postor; pero también en la tolerancia y en la amplia experiencia que, desde mediados del siglo XX, tiene el sector social organizado.

Saber navegar en ese mar de contradicciones y ambigüedades no es tarea fácil, pero es el tenebroso mar que hay que cruzar para forjar una nueva tradición política y productiva en Honduras; hablo de la forja de una nueva idiosincrasia que produzca menos frustraciones y más dignificación a las mayorías. Y ese cambio de mentalidad solamente puede darse con resultados concretos, que pasan, necesariamente por capacidad organizativa, triunfos electorales que se puedan defender organizadamente y respuestas concretas al asumir el poder político. 

Los que soñamos, y desde nuestra condición creemos contribuir a la forja de una mejor Honduras,  deseamos a los principales líderes, no suerte, sino sabiduría y capacidad estratégica para que asuman el rol histórico que les ha correspondido, con responsabilidad; para que no se continúen frustrando las esperanzas de millones de hondureños que desean cambios efectivos y no retórica ni vanidades personales. 

Solo una oposición organizada en torno a objetivos y metas comunes podrá dar sentido a la necesaria unidad de forja que necesita este destruido país. 

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