Edmundo Orellana
Consecuencia de la repetición de errores históricos de nuestros políticos, que insisten en distanciarse de quienes, con sus votos, los elevan a esas posiciones de poder político, buscando afanosamente el favor de aquellos que dispensan privilegios y favores que solo el poder económico puede dispendiar, nos encontramos en una crisis más; con la diferencia de que las heridas que se abrieron son las más letales, las más profundas y las más difíciles de cicatrizar.
Son las mas letales porque las sufrió directamente el núcleo de la coalición, fragmentándose irreversiblemente, como consecuencia. Son las más profundas porque el corte fue de extremo a extremo del cuerpo de la coalición. Los victimarios fueron los, supuestamente, “más votados”, los que más confianza gozaban de sus líderes y de sus electores, provocando confusión y frustración entre sus militantes.
Con la vana pretensión de encontrar avenidas para identificar soluciones a la crisis, convocan a debates televisivos, imploran la opinión de expertos, quienes, desde sus atalayas formalistas o visiones de campanario, vierten presurosos densas elucubraciones con el afán de que sirvan de sustento material para avenir a las partes en conflicto, tornando más complejo y difuso el ambiente.
Muy conveniente. Pero no para el pueblo hondureño, verdadera víctima de este absurdo, sino para las redes de la corrupción, del narcotráfico y de lavadores de activos, que, de perdedores en las urnas, ahora se posicionan ventajosamente por la insensatez de quienes, despreciando el cariño dispensado por el pueblo en las urnas, fueron, a hurtadillas, a mendigar sus favores. Despreciaron el alto honor de representar al pueblo hondureño, para convertirse en sirvientes de las redes de corrupción.
El camino no es el debate ni la negociación. Lo que el pueblo decidió ni se discute ni se negocia. De lo que decidió, entregó las credenciales el 28 de noviembre a Iris Xiomara, quien es la única que ostenta legalidad y legitimidad para representar auténticamente al pueblo hondureño. Lo demás son opiniones. La Constitución, dijo Lasalle, es, en esencia, “la suma de los factores reales de poder que rigen en el país”. De ahí, que “los problemas constitucionales no son, primariamente, problemas de derecho, sino de poder.” El hecho objetivo, material e indiscutido es la toma de posesión, que, una vez consumada, imprime legitimidad a todo, porque viene del pueblo, de quien emanan todos los poderes. Si el poder emana del pueblo, éste es el Juez Supremo.
Por supuesto, nada será igual después del cisma. El daño es irreversible porque lograron, con su estupidez, socavar la coalición y fortalecer las redes de corrupción, que, supuestamente, se irían el 27 de enero, puesto que, en el congreso, aunque la directiva sea leal a las banderas de la presidenta, con la mayoría en su contra, difícilmente podrá cumplir con las promesas de campaña, que afectan los intereses de las redes de corrupción, ante quien, esa mayoría, está de rodillas.
El futuro nos dirá que será de nosotros con estos irresponsables jugando con fósforos sobre un polvorín. Mientras tanto, traigamos a colación, a propósito de este absurdo y del dolor que al pueblo provoca, lo que cuenta Tabori, en su Historia de la Estupidez Humana, que “entre las dos guerras en Europa Central existió un insulto favorito, que adoptaba la forma de una pregunta. Solía preguntarse: “Dígame… ¿duele ser estúpido?” Desgraciadamente, no duele. Si la estupidez se pareciera al dolor de muelas, ya se habría buscado hace mucho lo solución del problema. Aunque, a decir verdad, la estupidez duele… sólo que rara vez le duele al estúpido”.