Jorge Luis Oviedo
En 200 años Honduras ha tenido muchas constituciones, muchos golpes de estado, (el primero en 1827 y el más reciente el 28 de junio de 2009), muchísimos cuartelazos, bastantes elecciones fraudulentas y ninguna consulta ciudadana para decidir asuntos colectivos trascendentales
Durante los siglos XIX y XX, hubo caudillos que primero tomaron el poder por la vía armada, luego se hicieron elegir; algunos por más de una ocasión. Por ejemplo, Manuel Bonilla, en dos oportunidades asaltó el poder y luego se hizo elegir presidente. Oswaldo López Arellano, se hizo elegir presidente después del golpe de estado que le propinó a Ramón Villeda Morales, el día 3 de octubre de 1963; y en 1965 a través de elecciones extremadamente fraudulentas (estilo Honduras), fue Presidente bajo la bandera del Partido Nacional, dando lugar, con ello, al inicio de un maridaje político-militar entre dicho partido y las FFAA, surgidas con ese nombre a partir del 21 de octubre de 1956, al propinar golpe de estado a Julio Lozano Díaz. Por cierto, la fecha 21 de octubre se convirtió en el día de las FFAA. Hasta hoy han tenido éxito en todos los golpes propinados contra la población civil hondureña.
Por su parte, López Arellano, encariñado con los golpes de estado, propinó una más, el 4 de diciembre de 1972; finalmente, renunciaría al poder en 1975, obligado por el escándalo de un soborno bananero que acrecentó sus ahorros en Suiza. Se negó (por vía de secreto bancario) a que se supieran las cuantías de sus cuentas y la procedencia de sus ingresos. No está demás decir que para esa época era uno de los hombres más ricos del país.
La salida, por la puerta trasera, de López Arellano, supuso el fin de la influencia suprema de las Compañías Fruteras en el país y el inicio del poder de los oligarcas locales con el aval de la Embajada de los Estados Unidos.
Tiburcio Carías Andino, aunque no llegó por la vía armada en 1933, se mantuvo en el poder por la fuerza y con el decidido apoyo de las compañías fruteras, en especial, del auténtico dueño del país en aquellos años de “entierro, encierro y destierro”, Samuel Zemurray, quien sostenía que “los dibbutados en Honduras son más baratos que una mula”.
Así que Carías, como mayordomo o caudillo frutero de la principal república banana de la época, emitió su propia Constitución en 1936 para reelegirse sin oposición a través de centenares de telegramas ordenados a los telegrafistas (pagados con préstamos de la Compañía Frutera de Zemurray) en las que le solicitaban que continuara en el poder. De esa forma, el Congreso ratificó, en esas ocasiones, la aclamación de los telegramas.
Su dictadura, como se sabe, duró 16 años, y no duró más, porque Zemurray con sus cabilderos en Washington, logró acuerdo para sustituirlo un fiable amigo y abogado de la Frutera: Juan Manuel Gálvez.
No hubo en Honduras, entre 1821 y 1985, tres elecciones continuas en las que los presidentes electos concluyeran su período constitucional.
Eso ocurrió por vez primera entre 1981 y 1989, con las elecciones de Roberto Suazo Córdova, José Simón Azcona y Rafael Leonardo Callejas, para los respectivos cuatrienios de 1982-86, 1986-90 y 1990-94.
Al final los procesos electorales ininterrumpidos y los respectivos gobiernos se extendieron a 7, si tomamos en cuenta la elección de 1981 hasta la de noviembre de 2005 en que resultó electo Presidente Constitucional, José Manuel Zelaya Rosales. Todos bajo la vigencia de la Constitución de 1982 (pese a las muchísimas violaciones).
Los últimos procesos electorales, desde el del último domingo de noviembre de 2009 hasta el del último domingo de 2017, han sido totalmente atípicos, no sólo por las secuelas del golpe de estado, sino por la persecución política, por la ejecución de líderes sociales y la multiplicidad de prácticas fraudulentas que se han puesto han usado por parte de los que controlan el poder real en Honduras, desde las cúpulas de los dos partidos políticos tradicionales; más el apoyo de grupos paramilitares tolerados por los cuerpos de defensa y seguridad.
Las elecciones de 2017 tuvieron marcadas por una violación constitucional de entrada; pues como bien sabido está, no existe la reelección en la Constitución de Honduras de 1982.
Aún así, para conveniencia de la oligarquía local, para los intereses geopolíticos de Estados Unidos, se permitió la inscripción del actual jefe del narco-régimen.
El resultado electoral fue contrario a sus intereses. Entonces se realizó el más descarado fraude de los últimos 40 años. Más de 5 mil urnas fueron secuestradas, sus papeletas de votación y sus actas sustituidas y presentadas posteriormente, con cinismo, a través de la televisión.
Con papeletas de votación y actas impresas durante el estado de sitio, se cambiaron los resultados, mientras se reprimía a nivel nacional las manifestaciones masivas que protestaban contra el descarado fraude.
La voluntad popular expresada a través del voto fue traicionada. También fue celebrada por las Fuerzas Armadas, por el gobierno de los Estados Unidos y por la oligarquía local; y consentida por la UE.
Las razones de esa traición han sido evidenciadas por medio de los muchos actos de corrupción que se han hecho públicos durante estos doce años a través de algunos medios de comunicación, unos pocos fiscales valientes, el CNA y la extinta MACCIH.
Por otra parte, a partir de la adopción del neoliberalismo durante el Gobierno de Rafael Leonardo Callejas Romero (1990-1994), corrupto confeso y, además, calificado por un senador de Estados Unidos, como el Presidente más corrupto del mundo, Honduras perdió decenas de miles de empresas familiares en ciudades, pueblos y aldeas. Eso ha provocado que más de millón y medio de personas durante los últimos 30 años hicieran otro tipo de elección: huir del país, migrar forzadamente, por no tener opción honesta para ganarse la vida y sostener a sus familias.
En la última década han enviado más de 5 mil millones de dólares, en calidad de remesas, por año. Lo más curioso de esas remesas es que han servido para que unos pocos importadores provoquen más desempleo, mientras las políticas económicas elegidas por el régimen elevaron la pobreza al 74%.
Honduras, pues, tiene, según cifras oficiales, entre sus 10 millones de habitantes, 7 millones 400 mil pobres y, exactamente, 5 millones de personas (la mitad de su población) en pobreza extrema.
De las familias que conforman esos cinco millones de personas es que el Partido Nacional elige (por la vía de la compra de votantes) sus electores.
La pobreza y no solamente la corrupción y el narcotráfico han sido, pues, los soportes esenciales de las campañas electorales del actual régimen.
Por esa razón este proceso electoral llega precedido de todos los retrasos posibles, de todas triquiñuelas factibles, de una ruidosa campaña de odio, de asesinatos selectivos de militantes y candidatos de la oposición, del chantaje, la extorsión y una campaña de miedo.
Sin duda, el día 28 o durante la madrugada del 29 y días posteriores, no puede descartarse una nueva traición a la soberanía popular expresada en la urnas.
Solamente las Fuerzas Armadas, el Comando Sur y las familias principales de la oligarquía local saben si respetarán el resultado que, con certeza, otorgará a Xiomara Castro la Presidencia de la República y al Partido Libre la mayoría de diputados al Congreso.*
Así, pues, bajo la certeza de que el pueblo hondureño dará un golpe de autoridad en las urnas este 28 de noviembre, mucho más contundente que en 2017, nos preparamos para ir a votar sin miedo, pese a la incertidumbre que supone un nuevo golpe de estado para evitar que Xiomara Castro asuma la Presidencia de la República el 27 de enero de 2022.
Anexo
No olvidemos, pues, que la escogencia de los rostros visibles del poder en Honduras estuvo marcada por el protagonismo de los caudillos durante el siglo XIX, por la influencia de las compañías fruteras (financiando, armando y facilitando mercenarios) durante, al menos 5 décadas del siglo XX; y, finalmente, se encuentra bajo el intervencionismo directo de los Estados Unidos, a partir de la “modernización” del Ejército (FFAA desde el 21 de octubre de 1956) hasta el sol de hoy.
El poder real en Honduras es tricéfalo (Fuerzas Armadas, Sectores Fácticos Oligarcas (nacionales e internacionales) y USA a través del Comando Sur y la Embajada). El poder político es la máscara visible; pero con un escaso margen de maniobra, cuando no tiene suficientes “cortesanos” para hacer el trabajo que conviene al poder tricéfalo.
Los gobiernos de los últimos 40 años así lo evidencian.
Los dos primeros ( el de Suazo Córdova , 1982-86 y) y el de Azcona, 1986-90) debieron permitir el uso del territorio nacional para que operara la contrarrevolución nicaragüense y se entrenara el Ejército salvadoreño, entonces en guerra contra el Frente Farabundo Martí.
El Gobierno de Callejas, por su parte, adoptó, complaciente, la imposición del Consenso de Washington (el neoliberalismo con sus privatizaciones de empresas públicas y otro conjunto de medidas favorables para los oligarcas: importaciones, las concesiones, contrataciones directa de servicios; así lo público pasó a ser administrado por unas pocas familias.
El Gobierno de Carlos Roberto Reina (1994-98) fue uno de los pocos en aprovechar el margen de maniobra del poder político; fortaleció la civilidad a través del nombramiento de civiles en cargos públicos claves que habían sido desempeñados durante más de tres décadas solamente por militares; inició la separación de la Policía Nacional de la FFAA y no hubo privatización de empresas públicas durante su mandato.
El Gobierno de Carlos Flores (1998-2002) tuvo una agenda impuesta por la naturaleza, ya que se dedicó a mitigar los estragos causados por el huracán Mitch (1998).
El Gobierno del panameño Ricardo Maduro (2002-2006) retornó a las políticas neoliberales y resultó bastante similar al de Callejas. Se destacó por su campaña contra el magisterio, al que no otorgó sus reivindicaciones económicas establecidas en el Estatuto del Docente. Fue, en realidad, su manera de congratularse con sus pares de la oligarquía local.
Y, finalmente, José Manuel Zelaya Rosales, resultó, para la oligarquía local, un traidor y para el pueblo hondureño el mejor Presidente que han conocido, su héroe viviente. Su intención de dar un paso a favor de las mayorías a través de la primera consulta ciudadana que tendrían los hondureño, provocó pánico en la oligarquía (nacional y extranjera), en la cúpula militar y en el Comando Sur. El resultado, la elección por la vía rápida de corte violento: el golpe de estado del 28 de junio de 2009.
El elemento nuevo que aún sigue vigente, es la toma de conciencia de la mayor parte de la población, actualmente mucho más enterada de cómo funciona el poder; de ahí que la oligarquía haya acompañado junto con la FFAA y el Departamento de Estado de USA, tres elecciones atípicas para burlar los deseos de las mayor parte de la ciudadanía hondureña.
De hecho, en la actualidad, el Estado Hondureño es un cascarón institucional al servicio de la oligarquía nacional e internacional.
En Honduras, la democracia es una palabra que aparece en el diccionario.