De los mitos capitalistas
¿LOS QUE TRABAJAN DURO SE VUELVEN RICOS?
Jorge Luis Oviedo
Una cosa está clara para todo ser viviente, particularmente, para los animales, necesitamos, a partir de cierta edad, trabajar.
Así que trabajar es obligatorio, no podemos dejar de hacer ciertas cosas. Los perros, los caballos, los asnos, los reptiles, las aves, los insectos… todos necesitamos salir en busca de nuestro alimento, construir refugios y, encontrar, por instinto (aunque los humanos convirtamos en sublimes algunos de ellos), con quien procrear para que la especie no se extinga.
También sabemos que el trabajo diligente (menos esfuerzo físico y menor tiempo dedicado a una actividad) genera excedente; pero el excedente no es sinónimo de riqueza o de acumulación. Implica, en principio, para quienes lo obtienen (individual o colectivamente), disfrutar de más horas de ocio. En esas condiciones tiene sentido la siguiente expresión: “Se trabaja para vivir, pero no se debe vivir solo para trabajar”.
Esta expresión, sin embargo, es válida para un porcentaje reducido de la sociedad; la gran mayoría debe hacer los trabajos (siempre necesarios) pero menos rentables desde el punto de vista comercial o mercantil. El trabajo rutinario y obligado del hogar que, en muchos países –incluido el nuestro– recae mayoritariamente en las mujeres; el del jardinero, el de los obreros de la construcción –rudo y peligroso–, el aburrido empleo de los vigilantes, el de los mecánicos –que se revuelcan en las mezclas de la grasa y los combustibles de los automóviles; el riesgoso trabajo de los pintores de brocha gorda a 30 pies de altura soportando sol o llovizna, picaduras de insectos, el de los fumigadores que están expuestos a sustancias tóxicas, en fin. Existen muchas ocupaciones entre las que es necesario destacar las miles de personas que están vinculadas a la siembra y cosecha de productos alimenticios, granos, cereales, tubérculos, coles, frutas, verduras, etc.; así como las que trabajan en granjas avícolas para huevos o pollos de engorde, pavos, patos, cerdos, etc.
Todas estas personas en el mundo, trabajan pesado; los olores del estiércoles de los cerdos, las gallinas, las vacas, los fermentos de la leche, etc. se les gravan en su memoria; y aunque se hayan bañado y perfumado para asistir a fiestas o reuniones familiares, creen que siguen oliendo o apestando como el lugar donde normalmente trabajan. Así les ocurre a los recolectores de la basura, también.
La lista de empleos poco especializados que requieren esfuerzo, algún nivel de experiencia y que muchos deben hacer para que el resto de los humanos tengo su comida a tiempo, par que los mercados y los supermercados tengan los productos listos o para ser adquiridos por libras, nedias librad. De modo que solo que se ganen la lotería llegarían a gozar, por algún tiempo, de cierto bienestar o abundancia económica.
Así que nadie se hace rico, porque trabaje diez o catorce hora todos los días. Eso es lo que hacen muchas mujeres, muchos obreros en distintas actividades productivas.
Una cosa es cierta, los que cultivan la tierra, los que pescan todos los días de forma artesanal, en fin, los que nos alimentan a todos (primera necesidad básica de todo ser vivo) son los menos recompensados por su esfuerzo.
Mi criterio es que los que producen alimentos, los que enseñan, los que curan y previenen las enfermedades y los que construyen refugios (viviendas) y vías de comunicación debieran ser, entre otros, los trabajadores mejor retribuidos; porque en ellos, esencialmente, descansa el resto de la sociedad.
Los banqueros, por ejemplo, son innecesarios; nadie va a desnutrirse porque desaparezcan los banqueros, los pastores, los sacerdotes, los abogados, los economistas, los que demagogos que hacen de política su profesión, porque estos oficios dejaran de existir nadie estaría en riesgo de que se le caiga la casa, un puente, que no le llegue el agua a su casa.
Hay cosas que deben hacerse obligadamente. Nadie puede abstenerse de alimentarse, de tener un refugio, de relacionarse con otras personas, de evitar o curar los males que aquejan el cuerpo (las enfermedades). Esas cosas son imprescindibles para la salud física y mental.
¿Si no tenemos salud (y para ello hay que nutrirse adecuadamente y no vivir a la intemperie) qué sentido tiene lo demás para cada uno de los individuos que forma parte de una comunidad, en lo particular, y de una sociedad, en lo más general?
Otro asunto relevante, la vida de una persona solo es trascendente en el ámbito de la comunidad, de la sociedad. De lo contrario, los que tanto exclaman que lo que poseen no se lo deben a nadie, ni al gobierno ni al sistema que los beneficia con sus políticas, ni a sus empleados ni a los partidos políticos ni a sus clientes ni a nadie, que prueben entonces y vivan como un Robinson Crusoe, si no quieren en una isla, en una finca de su propiedad, sin sirvientes, sin amigos, ni clientes, ni familiares… a ver ¿cómo le va de bien?
Desafortunadamente la mayoría de personas no se preguntan, por ejemplo: ¿por qué se nos obliga a continuar las prácticas o costumbres de las generaciones anteriores? ¿Por qué, si después de 250 años de imposición capitalista se demuestra con cifras certeras que solo el 1% de la población vive en la riqueza (en los países más industrializados) y no la mayoría de naciones como deseaba Adam Smith, quieren que un 90% viva como esclavo de esas prácticas (despojo legal) que excluyen, provocan desempleo y pobreza?
Es claro que las élites que se volvieron ricas (no las naciones, hoy en día endeudadas con exageración) son las que obtienen los máximos beneficios en todo (acumulación de dinero, el menos relevante materialmente hablando, conocimiento más avanzado en todos los ámbitos, adquisición de los profesionales más capacitados (porque los compran con sus salarios elevados); control de la información, el entrenamiento, la industria militar, la farmacéutica y la sicología de masas) e imponen el Orden Social, la Cultura Dominante sin ninguna justificación comprobable, sino con el superficial argumento de la tradición, de la costumbre.
Así resulta que la CULTURA DOMINANTE, al ser asumida en la infancia, pasa de una generación a otra y se consolida. De esta manera el orden establecido por las minorías ha sobrevivido dos grandes revoluciones que surgieron, no de las luchas sociales, sino por los inventos de instrumentos, como los de labranza o, por la mecanización; tal como ocurrió, primero con la invención de la agricultura y, después, con la Revolución Industrial.
Discrepo con Marx y Engels, cuando sostienen (en el Manifiesto Comunista) que la burguesía es revolucionaria. No lo eran, ni lo pretendieron; simplemente fueron empujados por la ola que generaron las máquinas provocando el surgimiento de una relaciones laborales y comerciales de mayor dinamismo, que en siglos anteriores.
No hubo cambió de fondo o en la esencia del poder y de la relación entre patronos y trabajadores asalariados, cuando fueron sustituidas las monarquías por las repúblicas modernas. El poder “absoluto” de los monarcas (que contaban con cortesanos experimentados en asuntos de estado) fue sustituido por el de los oligarcas (que cuentan con la intelectualidad orgánica experimentada); que constituyen el poder real y “absoluto”, camuflado en los representantes electos periódicamente que sólo se les permite hacer cambios cosméticos; pero jamás someter a fondo las relaciones de poder.
Se dirá que de vez en cuando alguien ingresa y pasa a formar parte de esa élite acumuladora y “altruista”; pero esa rendija que se generó con el fin de las monarquías europeas y no con el de otras que aún existen, pero son aliadas de estas práctica occidentales, es precisamente lo que volvió menos VISIBLE el control que los capitalistas tienen sobre los gobiernos “libremente o fraudulentamente electos”. A los empresarios más exitosos o mayores acumuladores de riqueza y bienes materiales se los presenta como si fuesen los súper héroes de carne y hueso con la intención de mostrar que todo en el capitalismo es posible; pero cuando 8 personas en el mundo poseen tantos ingresos como 3600 millones que tienen ingresos bajos, ahí donde se encuentran los campesinos, los recogedores de basura, pintores de brocha gorda, lo que tenemos es una práctica, una tradición que exalta la depredación sin límite de parte de unos pocos y la servidumbre y exclusión de la mayoría.
Cuando las condiciones ideales de la economía de mercado no funcionan (y esto ocurre la mayor parte del tiempo) especialmente en los países que, como los de África, le proporcionaron un lucrativo negocio a Portugal con la venta de esclavos. Después con la colonización impune que alcanza hasta nuestros días en que tienen el cinismo de seguirnos civilizando. Muy especialmente a través del hijo bastardo de América del Norte que hoy chantajea la mayor parte de las naciones de ese continente.
Por eso ese liberalismo político, social y económico que se forjó con el comercio, con las exploraciones, conquistas y colonización que Europa hizo con la mayor parte del mundo, se quedó en el idilio. Algo reinos y república europeas alcanzaron, a costillas del saqueo y la explotación y vejación de las poblaciones nativas y de la esclavitud indignante de los pueblos originarios de Africa que dispersaron por todo el continente americano, alcanzaron su sacrosanto progreso, su bendecida riqueza nacional.
Pero en esa misma Europa, durante el siglo XIX, la mayoría de personas endeudadas, desempleadas, empobrecida llegaron a cuestionar el sistema capitalista surgido de la Revolución Industrial y en algunas ocasiones destruyeron las fábrica; en otras fueron más allá y se asociaron hasta el intento se formar comunas como sucedió en París en 1871.
Sin embargo, y especialmente para los países periféricos, más allá de las rebeliones y los intentos revolucionarios fallidos y de los que han logrado volverse referentes, como el Cubano o como el modelo de mercado de la China Popular, la mayoría de los pueblos lo único que saben que casi todo está mal; pero no saben qué exactamente; y se terminan refugiando en lo religioso, en lo mítico y lo místico: costumbres todas que esconden la explicación lógica de las cosas; y la sustituyen por la especulación, la superstición y las promesas de una vida espléndida después de la muerte para los sufridos y obedientes. Y todo, porque anímicamente, a la mayor parte de las personas, les resulta más fácil ser creyentes que dudantes.
Adam Smith sostenía que: “Toda persona es rica o pobre según el grado que pueda disfrutar de las cosas necesarias, convenientes y agradables de la vida. Pero una vez que la división del trabajo se ha consolidado, el propio trabajo de cada hombre no podrá proporcionarle más que una proporción insignificante de esas tres cosas. La mayoría de ellas deberá obtenerlas del trabajo de otros hombres, y será por tanto rico o pobre según sea la cantidad de ese trabajo de que pueda disponer o sea capaz de comprar.”
Está claro, entonces, que el trabajo una vez dividido socialmente: obrero, artesano, campesino, profesional, etc. no podrá permitir jamás que todos los individuos obtengan lo NECESARIO, LO CONVENIENTE Y LO AGRADABLE –de su actividad u oficio, por más excelentes que sean en él– en una proporción similar o equitativa para todos, como se hace en un grupo familiar o, como lo hacían la mayoría de las tribus de cazadores recolectores o las sociedades comunitarias semi nómadas.
La división social del trabajo comenzó hace varios milenios y, básicamente, con la invención de la agricultura: la primera de las tres grandes Revoluciones que registran los historiadores. Aunque la invención de la agricultura es el parte aguas de la existencia humana. No digo si historia porque esta comienza con la invención de la escritura. En el caso de lo agropecuario debe señalarse que con ella aparecen algunas de las tradiciones más antiguas y domesticadoras de la conciencia: la propiedad privada (especialmente sobre la tenencia de la tierra), las clases y castas sociales, la herencia de poder y riqueza, entre otras antiguas y arraigadas costumbres que se han mantenido como derechos de los individuos hasta nuestros días y, desafortunadamente, favorables a una minoría. Para el resto son mera ilusión. Por ejemplo, los pueblos originarios en América, África, Oceanía, gran parte de Asia, fueron progresivamente aniquilados unos, convertidos en esclavos otros y, finalmente, la mayoría reclyidosen en pequeñas reducciones.
Cuando Adam Smith escribe La Riqueza de las Naciones está comenzando la Revolución Industrial en Inglaterra y otras partes de Europa; pero la división social del trabajo llevaba milenios y muchas sociedades no solo tienen clases sociales, sino castas; una minoría goza de las tres cosas con exceso, mientras que la mayoría solo de la primera y, a veces otro porcentaje (clase media) de la segunda y, esporádicamente (con endeudamiento) de la tercera. Eso, incluso, en las naciones “ricas”.
En el siglo XVIII las ideas liberales se estaban afianzando, se trataba en realidad, de darle sentido, justificación, explicación a la conformación de una sociedad distinta a la AGRARIA; pero la mecanización, a la vez que impulsó el comercio –que benefició y continúa beneficiando a una minoría– no modificó en nada las relaciones de poder; por el contrario, la volvió más compleja y el trabajo resultó más agotador y precario.
Así que para los comerciantes, para algunos industriales y para los terratenientes (los nobles) surgió la posibilidad de acumular riqueza con muy poco esfuerzo, aunque con bastante cinismo.
Para los campesinos, los obreros, los artesanos y las profesiones que paulatinamente surgieron con el transcurrir de las décadas, el trabajo se volvió, para unos, agotador y menos remunerado; y, para campesinos y artesanos, incierto; porque algunas veces podía irles bien y, por lo general, muy mal. Estos últimos quedarían a expensas de los comerciantes.
Es importante señalar que así cómo en los albores de la Revolución Agraria unos pocos se impusieron como jefes, sacerdotes, guerreros; paulatinamente y, en la medida que las sociedades se volvieron más grandes y complejas, surgieron otras actividades humanas que resultaron mejor recompensadas.
De la Revolución Industrial surgirían otras ocupaciones menos agotadoras que las del agricultor, el ganadero, el artesano, el jardinero, el albañil. Estas son las distintas profesiones vinculadas al comercio, al sector financiero (hoy en día todo poderoso), el entretenimiento (circo moderno que abarca los deportes, el cine, la televisión, las redes sociales) y otros de mayor importancia que contribuyen a la consolidación del poder por una élite muy pequeña.
Actualmente nos encontramos inmersos en otra Revolución, la Informática.
Además del enorme flujo de información, experimentamos otros cambios de forma en el ámbito del poder con que las élites controlan al resto de la población.
Sin embargo, ya en el siglo XVIII, Adam Smith había escrito el Capítulo 8: “Los patronos, al ser menos, pueden asociarse con más facilidad…” Más adelante, en el mismo capítulo al comparar las asociaciones y las acciones de obreros y patronos, dice: “Se ha dicho que las asociaciones de patronos son inusuales y las de obreros usuales. Pero el que imagine que por ello los patronos no se unen, no sabe nada de nada. Los patronos están siempre y en todo lugar en una especie de acuerdo, tácito, pero constante y uniforme, para no elevar los salarios sobre la tasa que exista en cada momento. Violar este concierto es en todo lugar el acto más impopular, y expone al patrono que lo comete al reproche entre sus vecinos y sus pares. Es verdad que rara vez oímos hablar de este acuerdo, porque es el estado de cosas usual, y uno podría decir natural, del que nadie oye hablar jamás. Los patronos a veces entran en uniones particulares para hundir los salarios por debajo de esa tasa.”
Un poco más adelante, en el mismo capítulo, Smith se apoya en el Sr. Cantillón (seguramente Richard Cantillon, 1680 -1734, irlandés) y autor del Ensayo Sobre la Naturaleza General del Comercio; y dice “El Sr. Cantillon supone por esta razón (se refiere a lo necesario para la supervivencia de un trabajador y su familia) “que en todas partes los trabajadores más modestos deben ganar al menos el doble de lo que necesitan para subsistir, para que puedan por pareja criar dos hijos…”
Debemos concluir diciendo lo siguiente: trabajar es necesario y conveniente. Lo ideal, al menos, lo deseable, es que la sociedad se organizara como ocurre en las familias más sensatas, donde los padres asignan a sus hijos las tareas que hacen mejor, por el conocimiento que tienen de ellos. En el mercado laboral no sucede así.
De nuevo los patronos emplean a sus hijos, allí donde son dueños de empresas, y les dan los mejores salarios y el trabajo menos duro. En ocasiones solo figuran en las planillas. Cuando financian un político, logran enviar a sus hijos, junto al del político que forma parte del gobierno, a estudiar al extranjero a través del servicio diplomático. Después los colocan como ministros en el gobierno o como embajadores.
La pregunta obligada es ¿Hasta cuándo continuará la mayoría de la población con la esperanza de que la situación cambie?
La respuesta es nunca; nunca una clase gobernante ha renunciado del poder. Las monarquías europeas, por ejemplo, al final terminaron estableciendo, en la mayoría de países, alianza con los oligarcas burgueses.
Así que mientras amplios sectores sociales de profesionales obreros y campesinos no se organicen para su beneficio, al margen del orden establecido, y creen su propia sociedad y su propia economía (como algunas sociedad secretas lo hacen), todo seguirá de mal en peor.
Para el 2030 el desempleo a nivel mundial puede ser del 30% de la población activa, porque los niveles de automatización que están por venir a partir del 2021 en China y otros países, dejarán sin empleo a los conductores de taxis, buses, camiones; a muchísimos obreros de la construcción, a diseñadores de edificios, puentes, carreteras, alcantarillas y a la mayor parte de las cuadrillas de trabajadores, entre otras actividades que serán sustituidas por la nueva generación de máquinas contratadas por la inteligencia artificial.
Versión, septiembre de 2019.