El mito de la inversión extranjera

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Jorge Luis Oviedo

Desde el inicio de las Repúblicas modernas, el dinero sustituyó la espada, el arcabuz, la metralla… como medio para imponer el orden productivo-comercial, siempre y cuando se aceptara el sometimiento. De lo contrario la alternativa del golpe de estado o la invasión se volvierían cotidianas.

El siglo XIX se caracterizó por las discrepancias internas (estamos hablando de Hispanoamérica, en general y de Centroamérica, en particular) mientras gringos, ingleses y otros europeos se incorporaban al festín. Hubo inestabilidad, gobiernos que duraban, en ocasiones 24 horas y otros que se extendieron por décadas; en ambos casos los extranjeros sacaron provecho de  gobernantes inexpertos, ilusos o perversos. 

Lo cierto es que para finales del XIX la inversión externa, es decir, la conquista blanda había encontrado suelo fértil en los delirios de grandeza de caudillos rudos o de abogados perfumados. 

«¿Quién  los jueces con pasión, /sin ser ungüento, hace humanos, /pues untándolos las manos/los ablanda el corazón.» (Francisco de Quevedo. 

 Durante el siglo XX todo fue andadura por las vías de los trenes. Lo llamaban progreso, desarrollo, modernidad. 

Se trataba de la llegada, con retraso, de la Revolución Industrial y de la organización del capitalismo periférico. Inversión externa, exportación de materias primas, servidumbre a través del empleo precario. Se trataba también (con el artilugio de la representación política de las nuevas Repúblicas asentadas en prácticas autoritarias monárquicas) de construir independencia sin soberanía; de administrar países con un artilugio nuevo: adquirir gobernantes y empresarios emergentes para controlar el mundo de los proveedores de recursos naturales baratos.

Y así, con la complacencia y auspicio (El Reino Unido ya lo había hecho con los piratas) de los países hegemónicos, especialmente, USA (que una vez lograda su independencia, se lanzó a la Conquista del mundo) hubo aventureros, filibusteros, digo, especialmente en la segunda mitad del siglo XIX, que encontraron una forma de entretenimiento (para adultos) poniendo o quitando gobernantes locales y, con ello, fortaleciendo la expansión de las compañías mineras, primero; y  de las fruteras, unas décadas más tarde. Había llegado la hora de las Repúblicas Bananas

Y las compañías… ¡qué nobles compañías habían encontrado estos paisanajes! pusieron y quitaron presidentes, declararon guerras al vecindario y encontraron la paz comprando acciones; y financiaron presupuestos, “revoluciones” (otra forma de nombrar los golpes de estado o de costado, es mejor decir; ferrocarriles imaginarios de costa a costa y compraron diputados a precio de mula vieja; y no hubo deuda externa, porque las fruteras pagaban la cuenta prestando y ampliando acciones y extensiones territoriales. 

«… Y los diputados, más baratos que las mulas -decía Zemurray.

Sam Zemurray, el turco vendedor de bananos al menudeo

en Mobile, Alabama, que un día hizo un viaje a Nueva Orleáns

y vio en los muelles de la United echar los bananos al mar

y ofreció comprar toda la fruta para fabricar vinagre,

la compró, y la vendió allí mismo en Nueva Orleáns

y la United tuvo que darle tierras en Honduras

con tal que renunciara a su contrato en Nueva Orleáns,

y así fue como Sam Zemurray buso bresidentes en Jonduras.

Provocó disputas fronterizas entre Guatemala y Honduras

(que eran entre la United Fruit Company y su compañía)

proclamando que no debía perder Honduras (su compañía)

«una pulgada de tierra y no sólo en la franja disputada,

sino también en cualquier otra zona hondureña

(de su compañía) no en disputa …»

(mientras la United defendía los derechos de Honduras

en su litigio con Nicaragua Lumber Company)

hasta que la disputa cesó porque se alió con la United

y después le vendió todas sus acciones a la United

y con el dinero de la venta compró acciones en la United

y con las acciones cogió por asalto la presidencia de Boston

(juntamente con sus empleados presidentes de Honduras)

y ya fue dueño igualmente de Honduras y Guatemala

y quedó abandonada la disputa de las tierras agotadas

que ya no le servían ni a Guatemala ni a Honduras.

Había un nicaragüense en el extranjero,

un «nica» de Niquinohomo,

trabajando en la Huasteca Petroleum Co., de Tampico.

Y tenía economizados cinco mil dólares.

Y no era ni militar ni político.

Y cogió tres mil dólares de los cinco mil

y se fue a Nicaragua a la revolución de Moncada.”  de HORA CERO, Ernesto Cardenal (1925-2020)

Después fue Bretton Woods.  Ya no importaba  el poder de acumulación originario, porque la Segunda Guerra Mundial le había dado una gran oportunidad “accionaria” a USA (especialmente después de probar la bomba atómica en dos ciudades japonesas, para amedrentar a los soviéticos y chantajear a la Europa Occidental); porque, en esencia, todo se basa en mantener el control total del poder; así se afianzó entonces la hegemonía de USA y el neocolonialismo actual, que está determinado por la inversión de capitales:  sutil mecanismo de hegemonía  capitalista con control total a través de armas, política, tecnologías, espionaje ( actualmente electrónico) y chantaje permanente a las oligarquías periféricas y sus gobiernos, después de haberlos vuelto corruptos y sanguinarios. 

La magia capitalista en el ámbito financiero funciona como un espejismo, como una venta de ilusiones. Los bancos emiten moneda de la nada; basta que en su contabilidad haya un registro de depósitos; así, de cada unidad monetaria se podrá prestar hasta el 90% o la totalidad, más  los intereses (en la periferia pasan del 50%). 

Este dinero que no se ve; pero sirve para que el inversor incremente su riqueza en el mediano plazo, porque, a lo sumo, pagará a los empleados locales (de la maquila instalada), adquirirá maquinaria en su país de origen e incrementará la dependencia, es creado por los banqueros, sin ningún respaldo,  excepto el de la fuerza militar de USA o la OTAN. 

Es lo que ha estado ocurriendo en la mayoría de países periféricos como los hispanoamericanos. Aunque hay excepciones que han roto el círculo vicioso, como China. 

El sistema capitalista sigue funcionando desde mediados del siglo XX  bajo esa sutil estrategia.

El dinero, de acuerdo con su origen, es un medio de intercambio que facilita el trueque; pero usado con el poder hegemónico (respaldado por el poder  de las bases militares y el intervencionismo imperial) se ha convertido en el principal medio de dominación.

De ahí que las monedas locales, de la mayoría de países, en la actualidad, son una patética muestra de la dependencia a través de la obligada devaluación y dolarización (para las mayorías sinónimo de dolor) , que privilegia a un grupito y empobrece y excluye a las mayorías. 

La mayor «competitividad» de las exportaciones que genera la devaluación monetaria, se traduce en menos ingresos para los operarios de la empresas exportadoras y para la generalidad de los asalariados de los países periféricos. Así como el subempleo que alcanza más del 60% de la población económicamente activa. 

Una de sus efectos más notorios es el incremento de migración forzada que experimentan los países de Latinoamérica y Gran parte de África. 

Y esto es así, porque las oligarquías locales traicionaron sus pueblos y se volvieron aliados de la dominación extranjera, para llevar una vida similar a la de los multimillonarios de USA, EUROPA y otras latitudes, donde unos pocos se enriquecen a costillas del trabajo  que esclaviza o excluye a las grandes mayorías.

Los multimillonarios locales se reducen a una veintena, a ellos se agrega una servidumbre bien pagada, que les hace todos tipo de mandados: políticos de profesión, fiscales generales, jueces de supremas cortes, gerentes de empresas. 

No hay un solo país de Latinoamérica que se haya vuelto totalmente industrializado y logrado el bienestar de, por lo menos, el 80% de su población, debido a la inversión extranjera; porque a través de esta solo se enriquecen más y más los multimillonarios de los países hegemónicos, mientras los oligarcas locales se entretienen financiando e imponiendo candidatos para gobernar las migajas que dejan  los oligarcas de los estados hegemónicos.

Versión resumida. 

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