Edmundo Orellana
Catedrático universitario
La ausencia de un liderazgo nacional capaz de aglutinar a todos los sectores movilizados impide que alcance sus metas la protesta que se manifiesta sostenidamente en las calles, en algunos medios y en las redes sociales.
Ningún líder político tradicional tiene esa capacidad, no porque carezcan de cualidades, sino porque ninguno goza de la confianza de la sociedad, que los juzga muy negativamente. Ellos tienen la culpa, porque abusando de la lealtad de su gente, a quienes han arrastrado por sinuosos caminos, impulsados por sus ambiciones personales, no han podido responder, ni mínimamente, a sus demandas sociales y económicas.
Propicio es el momento, entonces, para que surjan nuevos liderazgos que aglutinen a quienes aquellos defraudaron y a los que guardan distancia de estos por incompatibilidad de ideas, hartazgo o indiferencia.
La Plataforma de Defensa de la Salud y de la Educación podría ser el semillero de esos nuevos liderazgos que necesita el país. El crisol en el que se forjan promete el brote a borbollones de quienes podrían, en el inmediato futuro, aglutinar las esperanzas que alientan las banderas de la indignación popular que se manifiesta a lo largo del país.
La desconfianza en los liderazgos tradicionales solamente es superada por el repudio general hacia el gobernante, que, según el expresidente Lobo Sosa, 8 de cada 10 hondureños, lo rechaza con energía y odio. De esta falta de credibilidad no se salva nada ni nadie. Instituciones y liderazgos, en todos los ámbitos, se desplomaron por el peso de sus propios errores y contradicciones, especialmente el del gobernante, repudiado masivamente por el pueblo, incluidos sus correligionarios, que mayoritariamente se oponen, con fiereza, a su tercera postulación a la Presidencia.
La crisis en que JOH dejará el país no terminará con su caída o con nuevas elecciones. Los problemas son de tal magnitud que ninguna persona ni organización podrá resolverlos en poco tiempo. Su siniestro y pesado legado nos perseguirá por muchos años. Y si acaso encontrásemos a quien, con talento y audacia, logre enfrentarlos, adoptando las decisiones que reclaman las gravísimas circunstancias heredadas, solamente podrá alivianar el vía crucis, no concluirlo.
Preparémonos, pues, para lo que viene después de JOH. Y debemos hacerlo desde ahora, preguntándonos qué de lo que existe debe conservarse, después de una profunda revisión, para lanzar al cesto de la basura histórica lo que no sea útil para el post JOH. Serán tiempos difíciles, probablemente caóticos, pero el espíritu popular sabrá conducirse por el camino correcto, porque ya no estará guiado por la indignación -fuente hasta de excesos- sino por la esperanza del cambio prometedor, bajo cuyos auspicios se moderan los arrebatos.
Desde nuestro sistema político- constitucional, hasta nuestro sistema económico-social, todo está en cuestión; así lo confirma la diversidad de las fuerzas que animan la indignación popular. Cada sector demanda lo propio, alegando que lo existente conspira contra sus exigencias. Así que es de suponer que no habrá mucho espacio para los conservadores radicales. Sin embargo, será menester contener los ímpetus de los que gustan de saltar en lugar de caminar, para evitar que los avances, aunque pequeños, logrados con los esfuerzos de los inspirados no sean estropeados por las rudezas de los exaltados, impulsados, cuando no por la rabia y la ofuscación, por supuestos designios providenciales o deterministas.
Sea que culmine el período entregando el poder a su sucesor, si es que ya renunció a reelegirse, o no lo termine, a lo que apuesta la mayoría -pero pocos se esfuerzan en ello, especialmente los que sueñan que los gringos lo defenestren o se lo lleven-, el manejo de la crisis será imposible si quien o quienes los sustituyan no se apoyan en una plataforma en la que concurran las fuerzas presentes en el actual conflicto político, que le confieran la legitimidad que garantice la estabilidad del gobierno.
Es un desafío titánico por la devastación provocada. Socavaron el estado de derecho promoviendo la impunidad para la corrupción y el crimen organizado; atropellaron la Constitución y la República concentrando todos los poderes en manos del gobernante; privatizaron servicios públicos y dictaron medidas neoliberales procreadoras de riqueza extrema para pocos y pobreza extrema para los demás; endeudaron el país en inútiles proyectos como la “ciudad cívica” y el “Tasón”; despojaron de credibilidad al sistema político, pervirtiendo la democracia con un sistema electoral fraudulento; y, deformaron la imagen del país. El responsable principal de este desastre es JOH, pero jamás lo habría hecho sin el apoyo, directo e indirecto, de la oposición. Es contra esa red liderada por JOH, que ha envilecido el poder, que los nuevos liderazgos deben proclamar sin vacilaciones: ¡basta ya!
Y usted, distinguido lector, ¿ya se decidió por el ¡basta ya!?