Amy Goodman y Denis Moynihan
El domingo, el papa Francisco santificó al arzobispo salvadoreño Óscar Romero. En la ceremonia, el Papa vistió el cinturón litúrgico manchado de sangre que Romero llevaba cuando fue asesinado el 24 de marzo de 1980. El día anterior a su muerte, el arzobispo había pronunciado un sermón en donde instaba a los soldados salvadoreños a desobedecer las órdenes de sus superiores: “Yo quisiera hacer un llamamiento de manera especial a los hombres del ejército y, en concreto, a las bases de la Guardia Nacional, de la policía, de los cuarteles. Hermanos, son de nuestro mismo pueblo. Matan a sus mismos hermanos campesinos. Y ante una orden de matar que dé un hombre debe prevalecer la ley de Dios que dice ‘No matarás’. En nombre de Dios, pues, y en nombre de este sufrido pueblo, cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno, en nombre de Dios: cesen la represión”.
Matt Eisenbrandt es abogado especialista en derechos humanos y autor del libro “Assassination of a Saint: The Plot to Murder Óscar Romero and the Quest to Bring His Killers to Justice” (El asesinato de un santo: el complot para matar a Óscar Romero y el intento de llevar a los asesinos ante la justicia). En una entrevista para Democracy Now! describió la trascendencia de ese último sermón: “La Basílica estaba repleta de gente ese día, como era habitual. En el libro cito el testimonio de William Wipfler, que había ido desde Estados Unidos y era una figura muy importante de la Iglesia Episcopal, que lamentablemente, falleció hace unos días. Su testimonio sobre la misa de ese día en el juicio que se llevó a cabo en Estados Unidos fue realmente deslumbrante. Habló sobre el continuo aplauso que recibió Romero a lo largo de la misa, algo que, para la gente de Estados Unidos, es inaudito: escuchar ese tipo de aplauso en una misa católica y sentir tal emoción en la sala. En las grabaciones de la transmisión por radio se puede escuchar la forma en que crece el aplauso cuando él llega a la frase: ‘Cesen la represión’. Esa frase resonó luego en todas las radios del país, en todos los rincones de El Salvador”.
Al día siguiente de esa misa, en la capilla de un hospital, un hombre armado le disparó a Romero en el corazón y lo mató de un solo tiro.
El arzobispo Óscar Romero pronunció ese sermón cuando la violencia militar contra los civiles, que contaba con el apoyo de Estados Unidos y devastó Centroamérica en las décadas del 80 y principios de los 90, crecía en intensidad y brutalidad. Los escuadrones de la muerte, aliados a la junta de gobierno de derecha que gobernaba El Salvador, tiraban cadáveres en las calles todas las noches. El asesinato de Romero conmocionó al mundo e impulsó un movimiento de solidaridad mundial.
En 1980, un año después de que la Revolución Sandinista derrocara la dictadura respaldada por Estados Unidos en la cercana Nicaragua, el Pentágono y la CIA intensificaron el apoyo clandestino hacia los violentos gobiernos de derecha, armando y entrenando a sus militares y paramilitares. Lamentablemente, con el apoyo del presidente Ronald Reagan, un reinado de terror y masacres azotó la región, pasando por Guatemala, Honduras y El Salvador, y dejó cientos de miles de civiles torturados y asesinados e innumerables poblaciones arrasadas.
La teología de la liberación, un movimiento originado dentro de la Iglesia Católica, había estado creciendo durante décadas, procurando empoderar a las masas para escapar de la pobreza y la desigualdad. Esto era visto como una amenaza por las élites gobernantes, que comenzaron una campaña de asesinatos contra los sacerdotes que abogaban por la liberación. Meses después del asesinato de Romero, cuatro religiosas estadounidenses fueron violadas y asesinadas por soldados salvadoreños. En 1989, los militares mataron a seis sacerdotes jesuitas, junto con su ama de llaves y su hija.
El padre Roy Bourgeois explicó en una entrevista para Democracy Now!: “[Los responsables de] todos estos casos y de miles más se formaron en la Escuela de las Américas del Ejército de Estados Unidos”. Esta institución ahora se llama Instituto del Hemisferio Occidental para la Cooperación en Seguridad y, al igual que su predecesora, consiste en un programa de entrenamiento militar en la base del Ejército de Estados Unidos en Fort Benning, Georgia. Como nos dijo el padre Roy Bourgeois, “nuevo nombre, misma infamia”. Bourgeois ha liderado un enérgico movimiento de protesta contra la Escuela de las Américas. Una noche de 1981, Bourgeois se trepó a un árbol dentro del predio de Fort Benning, frente a los cuarteles que albergaban a 525 soldados salvadoreños. Allí subido emitió una grabación del último sermón de Romero con un reproductor de audio portátil. Por esa protesta, el padre Bourgeois pasó un año y medio en prisión. La organización que fundó, el Observatorio de la Escuela de las Américas, realizó protestas anuales durante años frente a la base militar. Ahora la organización se congrega cada noviembre en la frontera entre Estados Unidos y México “en solidaridad con nuestros hermanos y hermanas migrantes”, tal como dice Bourgeois.
El padre Roy Bourgeois ve una conexión directa entre la violencia en Centroamérica en la década de 1980 y la masiva cantidad de refugiados que ahora huyen de la región. Lo explicó de esta manera en Democracy Now!: “El militarismo de la Escuela de las Américas, que entrenó a más de 70.000 militares latinoamericanos en el arte de matar, junto con las políticas económicas actuales de Estados Unidos, es una parte importante de la causa fundamental de por qué tantas personas huyen de sus países. Están haciendo lo que nosotros haríamos en su situación. Si se quedan, morirán”.