Edmundo Orellana
Catedrático universitario
Con las últimas acusaciones contra diputados, entre los que se destaca el secretario del Congreso Nacional (clara demostración de la independencia de la UFECIC y de que la MACCIH sigue activa), por el caso de la “Fe de Erratas”, se agudiza el problema de la selección del Fiscal General.
Estos y otros diputados, supuestamente responsables de la comisión de delitos en ocasión del ejercicio de sus cargos (que no públicos, porque los diputados, gracias a una interpretación legislativa, no son funcionarios públicos), votarán para elegir al nuevo Fiscal General. Por muy descuidados o limitados de entendimiento que sean algunos de estos diputados, saben que este es el momento para comprometer al próximo fiscal a no continuar con estas acciones y a interrumpir cuanta investigación en curso les afecte.
Nada bueno augura esta elección del fiscal por lo retorcido de los inusuales acontecimientos que la rodean. En el seno de la Junta Proponente habrá, sin duda, mucha tensión, por las presiones a las que está sometida. Probablemente, más agresivas que aquellas que sufrieron las juntas proponentes anteriores, especialmente, de los diputados, cuyos favoritos parece que, por primera vez, no coinciden con los de JOH.
Lo que sucederá en el Congreso es ya sabido. Elegirán a quien les convenga. El problema es encontrarlo. Para ello, tratarán de controlar el proceso de selección, por medio de los proponentes, para asegurarse que lleguen los convenientes. La pregunta es: ¿Podrán controlarlos? La respuesta es suya, distinguido lector.
Están en aprietos los proponentes. No son muchos los postulantes y no todos son conocidos. De ahí, su preocupación cuando la abogada Morales y el Fiscal General declinaron. No dudaron en concederles todo tipo de facilidades para asegurarse su participación, quedando en el ambiente la percepción de que estaban, en realidad, implorando su participación. No hay opción. Deben escoger de entre los que quedaron y después de la denuncia del CNA la selección se hará más difícil. Estas circunstancias excepcionales, quizá, motiven la loca idea, que ha circulado recién, de la Comisión Interventora en el MP.
No dudo de la capacidad y honestidad de los que conozco. Pero estas cualidades se pondrán a prueba, de ser seleccionados, en el Congreso. ¿Qué harán cuando los diputados les exijan docilidad y fidelidad a ellos? Porque lo exigirán. Que nadie lo dude.
La situación es realmente compleja y conflictiva por la falta de credibilidad en las instituciones, en los políticos y en la sociedad civil. El sistema de impunidad, hace mucho, quedó al desnudo. El cinismo de los políticos se da por sentado. La sociedad civil, al involucrarse en los procesos de decisión estatal, pasó a ser cómplice de aquellos.
La población, por su parte, agotó la calle con sus marchas y sus tentativas de insurrección, por la irresponsabilidad de los líderes de la oposición. Se consuela desahogándose, vía teléfono, en los programas de radio y TV que abren micrófonos con ese propósito.
Los postulantes, actores principales de este drama, saben que la prueba más difícil está reservada para ellos. Quien resulte electo será el héroe o el villano de esta historia.
A propósito de historia, existen extraordinarias lecciones en el pasado que nos pueden servir para enfrentar circunstancias como estas, como la que protagonizó el famoso alcalde de Nueva York, conocido, entre otras cosas, por el aeropuerto que lleva su nombre y por leer a los niños, por radio, los cómics de los periódicos, cuando el sindicato de distribuidores de periódicos y correos se declaró en huelga. Me refiero a Fiorello La Guardia.
Resulta que la Gran Manzana era un verdadero surtidor de corrupción. La ciudad estaba controlada por una maquinaria de políticos mafiosos que actuaban libremente, protegidos por la policía. Para llegar a alcalde se necesitaba su venia y quien la lograba tenía que favorecer sus redes de corrupción. Con su aprobación llegó La Guardia que, sin embargo, impulsó un cambio radical. Su exitosa fórmula la hizo pública el día que tomó posesión ante esa maquinaria mafiosa. Advirtió que su éxito radicaría en un rasgo de su personalidad, que en las relaciones personales es un gran defecto, pero que en el ejercicio de los cargos públicos es una virtud: su inconmensurable ingratitud personal. Y ha pasado a la historia como uno de los mejores alcaldes de Nueva York.
Señores postulantes: el modelo de Fiorello La Guardia exige ser ingratos con sus amigos, con sus parientes y, especialmente, con sus mafiosos padrinos, si se quiere cumplir con lo que demande la patria. No seguirlo, en estos momentos críticos que vive el país, sería traicionar la esperanza del pueblo, exponerse al escarnio público e ingresar, inevitablemente, a la galería reservada por la historia a la infamia. Dios les dé sabiduría para tomar la decisión correcta.