Edmundo Orellana
Catedrático universitario
Se van los diputados que mancillaron el principio de la representación política. No todos llevan consigo ese baldón; hay excepciones, ciertamente.
De todas las bancadas, la nacionalista es la única que estuvo marcada por la granítica sumisión, proverbial en este partido, a la autoridad partidaria que, en este caso, no era el presidente del partido ni su Comité Central, sino el Presidente de la República, cuya potestad de premiar o de castigar, gracias a la habilitación del continuismo, la retendrá personalmente en los períodos de gobierno sucesivos. Correligionario que se oponga se expone a desaparecer del escenario político en los siguientes períodos.
La degradación de las demás bancadas se debe a la debilidad de las “voluntades y conciencias” de sus integrantes, lo que se puso en evidencia, en el caso de la bancada liberal, cuando decidió rechazar la presidencia de la junta directiva del Congreso, cediéndola al PN, su histórico adversario, a sabiendas de que favorecía la gestación de la dictadura que está por implantarse, alegando -repare el distinguido lector en el insensato argumento- que lo hacían para mantener los precios de la canasta básica, lo que solamente se entiende si se hace referencia a la canasta básica de los privilegios que tradicionalmente se reconocen a los de la oposición que se portan bien con el gobierno. Con excepción de algunos, la bancada siguió con ese comportamiento, pero la mayoría de sus miembros pagó muy caro la traición a los principios y valores del liberalismo, puesto que, además de cargar con ese estigma por el resto de sus vidas, fueron castigados por el voto liberal y popular, el que, seguramente, jamás les será favorable.
De la bancada de Libre salieron varias bancaditas estimuladas por los “cariñitos” del poder. Sin embargo, la misma bancada de este novel partido no hizo nada por marcar la diferencia con los partidos tradicionales; ni tuvo iniciativas novedosas ni evitó que lo de siempre sucediera, cayendo en las mismas prácticas que cuestionaba del bipartidismo, cuando favoreció la adopción de decisiones convenientes al gobierno con su ausencia deliberada de las sesiones en las que se trataban los temas en cuestión (la penalización de la protesta, es un ejemplo). Votar en contra de principios es tan repugnante como ausentarse o no asistir, deliberadamente, a la reunión en la que su voto en contra es necesario.
La bancada del PAC fue la más vulnerable de todas porque sus miembros no resistieron las tentaciones del poder, dando rienda a sus ocultos apetitos, cuya voracidad terminó devorando el partido mismo, cuyos restos fueron usados para el fraude electoral. Paradójicamente, aquella buena gente que se organizó bajo el lema de la anticorrupción, terminó su aventura política consumida por el fuego de la corrupción.
Los subsidios para los diputados pasaron a ser manejados por el Presidente de la República, quien los prodiga a la oposición según el grado de humillación o de colaboración con sus caprichos legislativos. También se utilizaron ONG’s para este menester, lo que parece ser una estrategia para hacer más difícil la verificación del destino de esos recursos, lo que despertó la sospecha, no de los órganos de control estatal (que parecen estar muy cómodos con estas sospechosas prácticas), sino de la MACCIH, que ha iniciado investigaciones en esta dirección, algunas de las cuales están siendo judicializadas.
Ese fenómeno del masivo transfuguismo es lo más novedoso de este Congreso. En su mayoría, esos tránsfugas son mercenarios de la política y todos son de la oposición. Pasan de un partido a otro o forman otros partidos, al ritmo que les marca el poder, según sea el grupo parlamentario que este quiere debilitar o fortalecer. Y no se avergüenzan; por el contrario, parecen enorgullecerse de sus maniobras, como si se tratase de un mérito que tales prácticas se inauguren con ellos.
El nuevo Congreso tiene, en el que finaliza, el mejor ejemplo de lo que debe evitar. Nada del mismo es rescatable y, justamente, por esto, habrá de mirar más atrás en el pasado, para encontrar ejemplos aceptables o, en su lugar, ser creativos y construir defensas para resistir las ofertas destinadas a doblegar las “voluntades y conciencias” de los diputados.
Si se engolosinan con los malos ejemplos están condenados a sufrir el mismo destino de quienes intentaron, en el Congreso de marras, desafiar, con su viveza ratonil, la inteligencia del pueblo que los eligió y hoy vagan, como espectros siniestros, en el purgatorio político, afanados, vanamente, en su redención.