Por Edmundo Orellana
Catedrático universitario
Esa caravana que logró vencer fronteras y provocó que Trump, fuera de sí, como es su costumbre, amenazara con cancelar toda ayuda al gobierno hondureño, al que responsabilizó de provocarla, es una demostración más, pero en esta ocasión indiscutible, de que, en Centroamérica, los hondureños lideramos la migración hacia el norte. La bandera que se destacaba al frente de la misma, es la prueba irrefutable.
Aunque dijeron que su finalidad era llamar la atención y no, necesariamente, entrar a Estados Unidos, las declaraciones de quienes la integraban indicaban lo contrario, puesto que, en su mayoría, decían que ya no era posible vivir en su país, aunque al final lograron frenarlos y dispersarlos.
Distinguieron entre patria y el oprobioso sistema político-económico que los obliga a emigrar. Esa bandera hondureña al frente de la caravana, es un elocuente mensaje de amor patrio. El fervor, orgullo y reverencia con la que fue portada, a lo largo del camino del migrante, ni siquiera en las fiestas patrias es apreciable. Con ella, se identificaron ante el mundo, cobrando la fuerza de una declaración terrible: amamos nuestra patria, pero el sistema que allí impera nos expulsa fuera de sus fronteras.
Son víctimas, no emigrantes ilegales. Son víctimas de un sistema que les ha cerrado toda posibilidad de vivir con el mínimo de dignidad. Por eso se arriesgan. Prefieren el peligro del azaroso camino del “mojado” a una vida sin futuro en su país.
Este penoso suceso en la vida nacional se repite continuamente, pero no con la visibilidad de esa caravana. Son miles los hondureños que huyen del país anualmente. Se deshacen de lo poco que tienen para financiar el viaje, dejando a sus seres queridos (padres e hijos), con la esperanza de que pronto su vida cambiará con la ayuda que desde allá enviarán.
La pobreza extrema, el desempleo, la exclusión y la explotación han sido históricamente los factores determinantes de la migración ilegal. Esta caravana, sin embargo, ha destacado otros factores. Las maras, que obligan al desplazamiento de familias enteras; la persecución contra los miembros de la comunidad LGBT y, finalmente, la represión política contra quienes se manifiestan contra el fraude y la ruptura constitucional del 27 de enero.
Esta es la gente que, una vez en Estados Unidos, mantiene la economía del país. Cruel paradoja de la migración ilegal: se van porque el sistema los expulsa y luego son ellos los que, involuntariamente, sostienen ese sistema. Las remesas, fuente de recursos sin la cual no sería viable el país, podrían disminuir drásticamente por la política migratoria “trumpiana”, que, además de amenazar con la deportación de nuestros connacionales, incluso los protegidos por el TPS, advierte que cortará toda ayuda al gobierno por no hacer lo suyo para evitar la migración ilegal de hondureños. ¡Menudo lío! Si no se van, mal, y si se van, también. Son los pobres quienes mantienen el país, desde dentro o desde el extranjero.
Esa caravana provocó la ira del millonario presidente, quien ordenó la militarización de la frontera, como propuso el gobernador de Texas en ocasión de la crisis humanitaria generada por la presencia masiva de niños en la frontera sur de Estados Unidos. Esa es la respuesta de la gran nación del norte en estos casos, al mejor estilo nazi, amagar con la solución final de la cuestión del migrante del sur.
Esa movilización de hombres, mujeres y niños, para quienes no hay cabida en su país, así como cuando la crisis humanitaria generada por la presencia de niños migrantes en territorio gringo, llamó la atención del mundo hacia esta porción de nuestro planeta, sin embargo, parece no conmover a quienes tienen la responsabilidad de contribuir a que esto no ocurra más.
La estridencia del fenómeno no permite ignorarlo y debe invitarnos a reflexionar sobre cómo atacar sus causas para que, gradual y efectivamente, la migración ilegal disminuya hasta lograr el día en que el hondureño que viaje hacia el norte, lo haga por motivos menos dolorosos.
Es una labor de todos los sectores, especialmente los políticos y más del gobierno. Sin embargo, da la impresión de que a nadie le importa porque son otras cosas las que atraen su atención.