Las Repúblicas Modernas son el producto más genuino de la traición de aquello que alguna vez se resumió en el grito entusiasta de «Libertad, IGUALDAD y Fraternidad”.
Era una declaración romántica como las novelas de Víctor Hugo, dicen los banqueros y los inversores. No es posible que un barrendero, un campesino lodoso o un mecánico curtido de grasa pueda ser igual que un exitoso empresario, reclaman los economistas: voceros del Sistema y sacerdotes de la moderna propaganda de la Estadística Aplicada a la Distorsión de la Realidad Productiva.
Claro que existe la Igualdad ante la Ley, dicen los abogados, especialistas en legalizar artilugios contra los desheredados.
Así se forjó la ilusión circense de la «Democracia Occidental.
Democracia que se reduce, básicamente, a procesos electorales, esa forma de prestidigitación que permitió la invisibilidad de las plutocracias locales, regionales y mundial.
€s la democracia del dólar y el Euro (y los dolores para las mayorías) que fue tallada y pulida entre los socios «principales de las principales» SOCIEDADES ANÓNIMAS.
Desde ellas (las S.A.) y con ellos (sus accionistas) encargados de “accionar” sus ejércitos de lobistas (o pastores de los rebaños de políticos inexpertos) imponen el orden democrático y civilizador que surgió después del gran estallido republicano, cuya máxima expresión fue la Revolución Francesa.
Los organismos internacionales de crédito (artilugio que sustituyó a los Pizarro y los Cortés) son la muestra más clara de la eficacia de las Sociedades Anónimas para convertir las Repúblicas en oficinas de recaudación de impuestos y mayordomías al servicio del interés oligarca internacional.
€l colmo del cini$mo y la desvergüenza es llamar al mecanismo de d€uda externa de muchos países periféricos, “BONO$ $OBERANOS”.
Sí, en las Repúblicas modernas, a la dependencia se le denomina soberanía.
Con Sociedades Anónimas que controlan todas las industrias, la propaganda, el entretenimiento y que financian los procesos electorales, ese mecanismo circense para maquillar el rostro del poder, las mayorías resultan despojadas de su poder de decisión, cuando acuden a votar.
Los escogidos redentores, raras veces logran evadir las mil y una trampas financieras que están listas para el fracaso anunciado.
Los que no se rinden, deben aguantar la avalancha de los medios al servicio de las oligarquías, la extorsión externa, la presión de las FFAA locales, por lo general, supeditadas a EEUU y todo el conjunto de artimañas hasta que se frustra la ilusión de las masas; y un nuevo proceso electoral nutre las esperanzas.
No son, pues, casuales los golpes de estado, los accidentes de aviación, los gobierno de transición con el beneplácito de aquellos que nos civilizaron durante el siglo XVI y de sus otros descendientes civilizadores que se impusieron durante el siglo XX, especialmente, después de la Segunda Guerra Mundial.
No está demás decir que fue después de esa guerra esencialmente europea que comenzó a imponerse, vía medios de comunicación, contra la oleada independentista africana y los procesos revolucionarios de Latinoamérica, el término democracia como sinónimo de república y, sobre todo, de capitalismo; ya para entonces, este último, con el eufemismo de sociedad de mercado.
De esta suerte, en tanto las comunidades no construyan un modo de producción y distribución que garantice la igualdad política y la igualdad de acceso a los bienes y servicios, seguiremos bajo la Imposición de la Democracia de las Sociedades Anónimas, con pandemias o sin pandemias; con narcos estados o con paraísos fiscales y con zedes que se ceden contra la voluntad de las mayorías.
Buen provecho, carroñeros.
Jorge Luis Oviedo