(o de lo que nos espera con la apertura inteligente de los dueños del Circo de las Maravillas)
I
Jorge Luis Oviedo
«Buen Provecho, inteligentes.
lo primero ascender los acantilados
la desnuda cima de las rocas
dominar la hondonada
el valle tendido bajo nuestros cuerpos
el empequeñecido y humillado valle
que no podría nunca alcanzar nuestras alturas crepusculares
nuestros ojos inventaron la mirada de los dioses
la claridad del día
el brillo de los astros
la transparencia de las aguas
la doble imagen del espejo
no las bolas
de cristal
de tristes magos
donde todo es incierto y nebuloso
nuestros ojos
inventaron la certidumbre del hallazgo
el más débil escondrijo
y el más oscuro rincón
sucumbe a nuestra vista y a nuestro olfato
no nos atrae la vida
sino la muerte
por ella
allanamos
con pasión el horizonte
la pulida faz del cielo
nuestro circular
y sostenido vuelo
es un rito
no una costumbre como creen muchos
es nuestro diario tributo a la muerte:
esa eterna aliada de los tiranos
ella nos atrae
con sus mil olores
no la vida
¡qué grato percibir el aire
que arrastra la carroña efervescente
los cien mil olores de la muerte!
II
¿qué sería de nosotros sin el aire
sin el norte que lo empuja?
¿quién nos arrastraría los numerosos olores de la muerte?
¡Oh, aire!
¡Oh, viento
alado viento del Norte!
¿qué sería de nosotros sin tu presencia?
¿quién elevaría hasta mi olfato
esos vahos silenciosos
esa agresiva presencia del olvido?
¿quién llenaría el ambiente
de esa sorda hedentina sin nombre
de tantos vapores inmundos?
¿quién,
oh, aire,
oh, viento,
alado viento del Norte?
¿qué sería de nosotros
si te estuvieras quieto
si estuvieras muerto?
¿quién
entonces
delataría la muerte:
frontera de la vida?
¿quién la haría llegar hasta mi olfato
derramándose
como un río putrefacto
desbordando sus placeres
todo el olor de la carne reventada
y haciendo renacer en mis entrañas
las milenarias hambres de otros tiempos?
III
¿qué es lo que más me gusta de la muerte?
¿su hedor: ese largo aroma que la delata una y otra vez?
¿será acaso su mudez estacionada?
¿el sueño en que reposan los cadáveres?
¿soñarán que alguien sumergido en sus adentros
les devora las entrañas?
¿o se quedarán del todo ausentes
ni siquiera habitantes de sí mismos?
¡ah, la muerte!
¿por qué tanto me gustan sus parajes
el hombre con su fuerza a la deriva
el tiempo negándose a sí mismo en nombres sin edad?
IV
Imposible alzar el vuelo en estos días
con tanto nombre ya sin nombre
tanto cuerpo ya sin cuerpo:
sin sombra vigilante
tanta cuenca vacía de sus ojos
tanto ojo vacío de su luz
imposible alzar el vuelo en estos días
con tanta víscera inflamada
y pronta a reventar
sea para mí
esta montaña de cadáveres
toda la hedionda solidez
de estos parajes
este vasto paraíso de la muerte
V
nadie me espantará
ni me hará alzar el vuelo en esta hora
nadie evitará que me empantane
que ensarte mis garras
y clave mi pico enfurecido
y que le desgarre el aliento a los cadáveres
que me hunda y chapalee
y me salpique
hasta las plumas de la espalda
en esta salsa maloliente
oh paraíso de la carne putrefacta
oh mar de la inmundicia
oh aroma de la sangre
y de la muerte
embriágame
estaciónate para siempre en mis entrañas
VI
antes nos jugábamos la vida
con cada muerto
liberar el más insignificante trozo de carne
–sangrante todavía–
era duro
como ese sol
que nos derretía las plumas y la espalda
se comía a toda prisa
no había tiempo para darle gusto al paladar
nos disputábamos cada presa como si fuera la última
salíamos casi siempre con el pico sangrante
y las garras destempladas
cualquier carroña entonces bastaba para todos
hoy podemos
sin embargo
saborear
las espumosas vísceras en flor
disfrutar
del horizonte poblado de cadáveres
y saltar
sobre los huesos que afloran
blancos y desnudos
de la muerte devorada